viernes, 27 de junio de 2014

Cuando…



Cuando te extraño… me desespero,
Cuando no te tengo… me muero,
Cuando estás conmigo… te amo,
Cuando me hablas… me desarmo,
Cuando me escuchas… me levanto,
Cuando me miras… me derrito,
Cuando te miro… más te deseo,
Cuando te siento… más es lo que quiero,
Cuando me abrazas… me siento seguro,
Cuando me acaricias… me estremezco,
Cuando me dices te quiero… vivo de nuevo.

En silencio... 

(cuando respiro tu aire… me enfermo,
Cuando siento tu cuerpo… muero,
Y cuando hacemos el amor… revivo).

30/12/2009

domingo, 22 de junio de 2014

Desafíos


Ir desafiando tus límites,
cuestionarlos, derribándolos;
juzgar  tus estructuras y que
se estremezcan ante cada pregunta.

Romperte la ropa sin impedimentos,
no para mostrar fortaleza,
sino para demostrarte
que hay otras libertades.
Surcar tu cuerpo, porque no...
dentro de un sinfín de posibilidades,
dependiendo solo de nosotros
decir basta para luego continuar.


Que no quede savia sin ser probada,
que no quede rincón sin ser explorado,
que no sea el tiempo suficiente,
que no haya satisfacción sino es mutua.

Estamos a una pregunta
a una propuesta susurradamente vergonzosa,
para que la respuesta sea:
olvidar todas nuestras realidades.

23/10/2013

domingo, 15 de junio de 2014

Enmimismado

Hacía calor a pesar de haber empezado el invierno por estas latitudes. Esperaba el colectivo que por lo general demoraba varios minutos en llegar, me pareció ese día que tardaba más de lo normal, por lo que me senté en la garita a esperar, algo más cómodo por cierto que estar parado, pues justo los rayos del sol pegaban directamente de frente a las 11:13 de la mañana. Baje el cierre de mi campera mientras miraba pasar los autos y otros buses por la avenida. Será por haber dormido mal la noche anterior; será porque venía acumulando cansancio de varios días; será que es la hora de la mañana que más me cuesta, justo para tomar unos mates fortificantes y luego seguir con la rutina, cosa que me faltaba en ese mismo lugar y momento: el mate y la rutina; será que justo, de todos los quehaceres que tenía por hacer en esa mañana, me quedaron minutos libres solo para tomar el colectivo, por lo que no tenía nada de que preocuparme, nada en que pensar o nada por programar. Podría estar toda una vida buscando motivos de por qué me encontraba tan perceptivo ese día, a la espera del colectivo que me devuelva a la realidad.

Mente en blanco. Comúnmente le llamo “estado de cuelgue”, donde no hay una conexión más importante que la de mi mente, mi cuerpo y mi espíritu al mismo tiempo; como que los tres estados, a las 11:14 am, llegaron al mismo tiempo y al mismo momento a conectarse, a tocarse entre sí cíclicamente. Ya sentado en mi universo propio, todo me parecía nuevo, como si fuera la primera vez que veía un auto, un colectivo transportando personas, el verde del pasto del cantero de la garita, las vías del tren a unos metros de distancia, la estación de servicio al otro lado de la cuadra. En el living de una casa cercana la música de una radio cortada por el ruido de la calle, que su vez se mezclaba con el olor de un guiso, tal vez de arroz con lentejas, que salía de la misma casa; y el olor del pan recién horneado, proveniente de la panadería que está en un local de la estación de servicio de la otra esquina, que a su vez, también se mezclaba con el olor a petróleo refinado del mismo lugar; más allá, unos obreros arreglando parte de una calle; algo más acá, pero del otro lado, albañiles construyendo una habitación que se ocuparía para vaya uno a saber; en mi rostro, el reflejo de los rayos del sol en las lunetas de los vehículos que pasaban, indistintamente el porte, forma, color, estilo o clase que fueran. Todo, absolutamente todo era percibido, minuciosamente por mis sentidos de la vista, oído y olfato.

Una persona parece estar esperando el mismo colectivo, pues ya pasaron dos líneas diferentes, y él no ha realizado mueca o seña alguna para detenerlos; lleva más o menos el mismo tiempo que yo esperando, hasta podría apostar que este señor llego apenas segundos antes que yo. Por más que intento hacer memoria, sé que esa persona estaba allí, pero no puedo recordar qué vestía en absoluto, sí  aseguro que estaba vestido, eso sí que no dudo. Tampoco recuerdo qué le había preguntado, estábamos los dos, él parado y yo sentado hamacando mis piernas. Tenía intenciones de sacar un libro de la mochila que estaba leyendo de hace varios días, pero no podía. La conexión con mi propio universo era tan grande que casi no podía moverme. Oxigenaba mi cerebro con bostezos, estiraba mi cuello y hombros, jugaba con mis dedos, pero no podía moverme más que eso.

11:15 suena el timbre de un mensaje de mi celular, guardado en el bolsillo izquierdo del pantalón; no atino ni a sacarlo, no por inseguridad sino por miedo a no perder la conexión, como si fuera la señal WIFI propia de mí mismo. Ya se escuchan los platos hondos golpear en la mesa de donde se hacía el guisado, como si alguien estuviera presumiendo que iba a almorzar más temprano; los obreros, hacían probablemente su cuarto descanso de la mañana, pues el encargado de buscar el fiambre y el pan, de la panadería que se encontraba en la esquina opuesta de donde ellos estaban trabajando, recién retornaba con la colación correspondiente a esta hora, mientras que otro de los obreros aparecía como escolta del primero con una gaseosa en la mano; el colectivo 130 aún no aparecía, así que seguía conectado con el infinito; unas hormiguitas coloradas empezaron a hacer surco por entre la hierba y el pasto del cantero junto a la garita, unas llevaban ramitas, otras hojas tan grandes o aún más que su propio cuerpo; un perro callejero se escapa de la trompa de un automóvil, resguardándose debajo de mi asiento, respiraba fuerte y asustado, ya queriendo sosegarse; otra cantidad de autos circulaban del otro lado por la onda verde del semáforo; un delivery en moto frenó, se sacó el casco, abrió su habitáculo, saco un paquete debidamente envuelto con papel igualmente embolsado, acercándose a los albañiles grito: “la mila”, le pagaron, se camufló nuevamente, arrancó la moto y salió probablemente a entregar otros pedidos; a mí ya me estaba dando hambre, gire mi cabeza levemente, sorprendido por el bullicio arriba mío: un pajarito llegaba a un nido que se encontraba entre las chapas y la estructura de la garita, mientras que las, muy ruidosas, se dejaban ver por el mundo exterior; el hombre parado miraba su reloj de pulsera, segundos más tardes, algo en su celular con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía enérgicamente una agenda, que agitaba insistentemente mirando el lado de la avenida por donde tendría que venir nuestro colectivo, es un hecho, esperamos el mismo transporte, cruzó por mi mente en forma de conclusión.

A pesar de que seguía mi percepción a flor de piel, no interrumpía este estado actual mío; al contrario, era cada vez más profunda la conexión, ya que empecé a verme a mí mismo en otras paradas de colectivo a lo largo de mi existencia; de muy pequeño y con mi madre, cuando estábamos por ir al jardín, de más grande cuando iba por primera vez al secundario; cuando escribí mi primer poema para ella, esa compañera por la que no podía dormir; me vi a mí mismo estudiando textos, escuchando música, corriendo al colectivo que arrancaba su marcha cuando recién estaba llegando a la esquina de la parada; me vi empapado por aquel que no frenó y paso por arriba de un charco de agua sucia y acumulada por la lluvia, dejándome hecho una piltrafa; me vi bajo otras lluvias, algunas luces de la noche, otras luces de amaneceres luego de algún baile; esperando para ir a mi primer recital, a mi primer trabajo, a mi primera cita, a mi primer partido de básquet y volviendo de mi primer derrota tal vez. 

En la esquina la rotonda muy transitada, giro a la derecha y el 130 descansaba por fin en el semáforo; el señor se apuro a hacerle señas desde ahora. Eran ya las 11:16. Sentía que alguien me clavaba una mirada a lo lejos; el chofer se quería asegurar que yo también esperaba el mismo transporte. Se dio el verde, me di cuenta porque empezaban a moverse los vehículos; el bondi comenzaba a acelerar; yo quería moverme, pero no quería perder la conexión que me estaba haciendo revivir tantísimos momentos; el 130 empezó a frenar suavemente hasta llegar a la garita y me levanté instintivamente, como por reflejo; las hormiguitas, los obreros, los albañiles, el que presumía de almorzar temprano, el chofer, los autos, el perro callejero, los pajaritos del nido, todos, absolutamente todos, seguían con su rutina sin parar, yo me negaba a convertirme en uno de ellos; con lo que me costó conectarme conmigo mismo.

“Boleto mínimo por favor a la ciudad”, le dije al chofer; como caminando sobre una nube, agarrado con la mano derecha al pasamano del techo del colectivo, buscaba casi sin querer encontrar, un lugar para sentarme nuevamente; los ojos de los otros pasajeros que ya estaban en el colectivo se posaron sobre mi andar pausado; ojos negros, otros marrones, algunos verdes claros y también celestes, los menos; encontré lugar al fondo, a medida que el colectivo comenzaba a avanzar, sentía que mi conexión se iba perdiendo; 11:17 giro a la izquierda para salir de la avenida, en la próxima esquina otra parada; dos personas bajan y unas cuantas que no llego a contar suben; las puertas se abren y cierran y arrancamos de nuevo por una pendiente larga y a velocidad considerada; vuelvo en mi, refriego mis ojos y limpio alguna tierrita que se me había pegado en el lagrimal. Vuelvo a ser yo mismo, el yo de siempre, el desconectado de mi y conectado con los demás, los otros empiezan a reconocerme, por fin las miradas cambian de objetivo; me acuerdo del mensaje, busco el celular del bolsillo y lo leo; con esa acción, las últimas miradas dejan de seguirme, ya todo es normal, pues todos o la mayoría de los pasajeros, tienen un aparato al cuál consultan cada medio segundo.

Ya son las 11:18, logro acomodarme en el asiento, saco el libro de mi mochila y las miradas de extrañeza recaen nuevamente hacia mi persona.

16/04/2014