domingo, 26 de abril de 2015

Sin palabras


Cómo explicar cuando no hay palabra;
qué decir cuando el silencio habla;
solo queda suspirar, al no saber qué decir,
es que es para no arruinar el momento.

Me quedo sin palabras
luego de un “te amo” tuyo;
me quedo inmóvil ante tu disparo;
cómo reaccionar ante semejante verdad.

Al tu lado, soy todo lo que fui,
soy todo lo que quise ser,
me aceptas como soy;
a tu lado simplemente... “yo soy”.

Cómo corresponder a tu sentimiento;
cómo responder a tu sinceridad;
solo hay una sola manera…
decir el secreto que llevo dentro.

25/04/2015

lunes, 20 de abril de 2015

Amor sin tiempo

En memoria de Nelly…

-"No te puedo prometer la felicidad"; le dijo él, aclarando que, no es que no iba a pelear por su felicidad y por su bienestar. Le dijo también que, nunca la dejaría sola, que estaría siempre a su lado, acompañándola en todo lo que fuera a hacer, en todo lo que quisiera emprender; le dijo que la amaba con toda su alma, como él nunca había amado en su corta vida.

Él se quería casar con ella, por eso le regalo un anillo con una perla cultivada, de color blanca muy fina, para sellar el compromiso. Viajarían al sur del país, en un lugar que, para ese entonces, estaba siendo repoblado, pues, no había gente suficiente para mantener el crecimiento de las ciudades de esa región. Le comentaba él que sería un cambio muy prometedor para ambos, porque a sus apenas 22 años, sería capataz y no un peón ferroviario en su Tafí Viejo natal.

El casamiento se llevaría a cabo en la iglesia principal de esa ciudad, al mediodía. Así se estilaba para esos tiempos; -“es el horario en que la realeza contraía matrimonio, con la luz del día”; le comentaba a ella, y concluía su deseo expresando un piropo: -“mi princesa”.

No eran muchas las familias que tenían automóviles, todavía eran una novedad para la época; así que, una carreta con caballos blancos la llevaría a la entrada del templo, para que su padre la entregara en el altar. Ella se vestiría de blanco, con pocos vuelos en su diseño, como para mostrar su aire veinteañero; tendría el pelo corto, como lo usaba habitualmente; luciría su anillo con la perla, sobre los guantes también blancos en juego con los arreglos de su vestido; antes de estar lista, repasaría la lista de cosas que debía tener, si o si por tradición, para poder casarse: lo nuevo, un colgante con un dije también con una perla, para hacer juego, obsequiado por su madrina de bautismo; lo viejo, un prendedor de su madre, con la forma de mariposa, con alas de color blancas y rosa pastel, todas las mujeres de la familia lo habían usado solo para ese tipo de ceremonia; su mejor amiga le prestaría una peineta en forma semilunar, simulando una corona, confirmándole a su prometido su estatus de princesa; y por último, ella tendría un pañuelo azul marino, escondido en el guante, un regalo de su padre cuando aún era niña, luego de enjugarle sus lagrimas, tras caerse en la plaza mientras jugaba en un columpio. Recién allí, y una vez teniendo todo sobre su cama, comenzaría a cambiarse para su boda.

No habría luna de miel, pues el puesto de él lo urgía, debido a su ascenso en la administración del ferrocarril, debería presentarse cuanto antes para poder ordenar los papeles y administrar las cuentas, si bien no eran complicadas, merecían de mucha atención. A parte, el hecho de mudarse para las tierras frías ya sería un viaje inolvidable juntos.

Después de la boda asistirían a una reunión muy intima en los jardines de la casa de ella, aprovechando el enorme parquizado. Solo la familia y los amigos más cercanos estarían presentes; ninguno de los dos fueron de tener muchos amigos, pues ambos tenían perfil bajo, eran lo que comúnmente se suele llamar “más familieros”. Se colocarían unos largos tablones en paralelo, uno para los invitados de él, y el otro para los invitados de ella. La entrada sería sencilla, no querían demostrar ostentación, tampoco aparentar algo que no eran y que no tenían; el plato principal sería Paella, como para homenajear a sus orígenes de inmigrantes españoles; el postre, como para no desentonar con el resto del humilde festejo, Torrejas de Pan con crema y/o dulce de leche, dependiendo del gusto de cada invitado.

Él, soñaba todas las noches con su descendencia, estaba seguro de que la marca que podía dejar en la tierra, no eran sus obras, su merito en el trabajo o sus títulos colgados en el living de la casa; sino, la enseñanza que le dejaría a sus hijos para la vida. Serían dos si tenían mucha suerte; un varón, para poder mantener su apellido en el tiempo; y una mujer, sería la luz de los ojos de ella y el principal motivo de celos de él. Con el tiempo, los niños se harían grandes, profesionales y formarían, también, sus respectivas familias. De tanto en tanto, volverían al pago como para ver cómo andan los parientes en Tafí Viejo, recordar con nostalgia a los desaparecidos y extrañar a los que no se pudieran ver por falta de tiempo.
 
Ellos de grandes, serían visitados por los nietos, cada día por medio, sino todos los días, para que los disfrutaran y los malcriaran con alfajores de chocolate, o quizás con churros rellenos de dulce de leche para la merienda. Los pequeños traerían nuevamente la alegría al hogar, abandonado por los hijos ya ocupados en sus quehaceres cotidianos. Y llegaría el momento de partir, ancianos, luego de haber vivido y disfrutado una vida llena de dificultades y tareas.

-"No es posible. Que deje todo y que abandone a mi familia, no pude ser"; dijo ella. En ese mismo momento, la promesa de “nunca ser abandonada”, se rompió. El no podía perder su oportunidad de crecimiento en el sur; y ella, por el amor que le tenía, tampoco se permitiría que él, abandonara sus aspiraciones en pos de ella.

Los años pasaron, con el tiempo ella dejó de recibir sus correspondencias, un poco porque él se cansó de insistir a la distancia y otro poco porque ella, dejó de responder por tanta insistencia.

Ella fue maestra y tuvo miles de hijos ajenos, ya que no los pudo tener con él; vivió para su familia, más precisamente para sus hermanas. Y más tarde, viviría para sus sobrinos, para malcriarlos como a los nietos que no iba a poder tener.

Una noche, luego de que le dieran de alta en el sanatorio, por haber estado internada por una afección, ya con sus 80 años, le pidió a una muchacha que la cuidaba, que le ayude a recorrer la casa que la vio nacer, crecer, jugar, llorar, reír, entrar, salir, vestirse, estudiar, rezar, y volver a llorar por su amor perdido y por su amor reafirmado en la familia; tocó las paredes, las ventanas y los muebles; miró sus plantas; contemplo la inmensa oscuridad que había entre su casa, en el jardín, hasta llegar al horizonte de la calle con la luz tenue de los faroles. Se tomó con más fuerza del brazo de la muchacha para agacharse y acariciar a su mascota, una perra que había rescatado de la calle y que le hizo compañía en los últimos tiempos. Fue al baño y se lavó la cara; se puso su camisón y se durmió con las manos entrelazadas, acariciando su anillo con la perla. Al cerrar sus ojos, se entrego a los sueños para no despertar más.
 
Unas semanas después de su inhumación, se vio a un hombre vestido de traje y sobrero, bien puesto; estaba parado de frente a la tumba de ella. Apoyado apenas sobre su bastón, él enjugó unas lágrimas de su rostro, con un pañuelo muy delicado de color azul.

19/04/2015