miércoles, 30 de septiembre de 2015

Qué nos queda... (la nada misma)

Qué queda después de las lágrimas,
que más que el dolor del alma
totalmente visibilizado en la piel.

Qué más queda cuando se fue lo que era todo...
nada. Solo queda la nada misma,
el vacío inmenso que deja el hueco de tu partida.

Que nos queda después de las lágrimas
sólo nosotros peregrinos mortales,
andantes de nuestras miserias.

Qué queda después del vacío
nosotros los errantes, que mas tarde o más temprano,
volvemos a encontrarnos, más aquí o más allá.

Entonces… hasta el próximo encuentro
cuando nos crucemos en el viaje de gira;
qué queda después del vacío… la nada misma.

27/09/2015

domingo, 20 de septiembre de 2015

El señor de las palomas

Dedicado a mi Tata Luis

Por esos años, vivía en un departamento en una esquina transitada del barrio. Cerca había un hospital, una universidad y justo al frente en la esquina opuesta a mi departamento, en diagonal, una plaza. Tenía unos caminos que acompañaban la vista de desde mi balcón, eran diagonales hacia el centro de la plaza, desde todos sus vértices, hasta llegar a su corazón, donde se erigía una enorme estatua, rodeados de palmeras gigantes, probablemente más viejas que mi propia existencia.

Vivía en un segundo piso, para la época de transición de la estación del invierno a la primavera, era mágico ver los lapachos distribuidos por toda la plaza florecidos en amarillo, violeta y blanco; y para no desentonar, a cada lado y por todo el recorrido de sus calles, despuntaban los azares de los naranjos, perfumando a toda hora. Era un paisaje que difícilmente pueda llegar a olvidar.

Mi balcón se volvía lugar para desayunar y almorzar, y al regresar del trabajo o de la facultad, se convertía también en una mesa ideal para cenar. Lo gracioso es que, mientras que comía en el balcón, abajo en la plaza vecinos de todos lados, se ponían a hacer ejercicio, y mientras corrían alrededor de la plaza, echaban un vistazo a mi balcón, creería que les hacía desear lo que estaba comiendo.

Me llamaba la atención uno de mis vecinos que vivía del primer piso. El señor, ya jubilado ochentón, al medio día bajaba con una bolsita en la mano, caminando con una chueca lentitud, como arrastrando la pesadez de todos sus años sobre su andar. Él iba caminando por la diagonal de la plaza y se perdía detrás de la estatua. Al rato, como a los cuarenta minutos regresaba por el mismo camino, ingresaba al edificio, se los escuchaba chancletear por un momento, para luego encender la televisión para ver el informativo, quizás. Esto se repetía siempre, en una mano el bastón, en la otra una bolsita; había veces que cruzaba solo, había otras veces que pedía ayuda a  algún oficial de policía que este en la esquina o a cualquier persona que estuviera de pasada; otras veces, las menos quizás, su esposa lo acompañaba, era una señora muy elegante y coqueta, se notaba desde lejos, a pesar de que ella no era de salir muy seguido que digamos. Los únicos días que no se veía esta escena diaria era cuando llovía o cuando hacía mucho frío.

Un medio día, estaba tomando unos mates y leyendo un libro en la plaza, aprovechando una hermosa media mañana primaveral, cuando tuve la posibilidad de contemplar aquella rutina del vecino más de cerca. El señor se llamaba Don Luis; venía de frente por el camino; como siempre en una mano con su bastón y en la otra la bolsita, hasta ese día no sabía qué es lo que llevaba en ella.

“Che pibe, acompañame”; me dijo. Caminamos hasta detrás de la estatua y al ubicar un banco cercano, se desplomo sobre el mismo con todo su peso. Me dio el bastón para que se lo sostuviera. Entonces abrió la bolsita con las dos manos y preguntándome si estaba listo, metió su arrugada mano, y la sacó llena de migas de pan. Le hice una mueca con las cejas levantadas a modo de respuesta, y él lanzó las migas por el piso, esparciéndolas lo más que podía con su añejada fuerza y su disminuida agilidad. Al instante, empezaron a revolotear decenas de palomas que estaban por los arboles y las palmeras cercanas. Al repetir la acción, las palomas se multiplicaron en número, revoloteando algunas; bailando en círculos y moviendo las cabecitas de arriba abajo entre las migas otras; exaltándose por picotear más y más con cada vez que Don Luis, metía y sacaba la mano de la bolsa. “Viste pibe, ellas estaban con hambre”, me comentaba. No dejaba de asombrarme, cómo estos animalitos gozaban del alimento que le habían llevado. Me comentaba después que esto hacia todos los días y que había veces, en especial los fines de semana, algunos padres dejaban que sus hijos más pequeños, se acercaran a juguetear con las palomas; o que, los perros que andaban paseando las corretearan para ahuyentarlas, y alguno que otro más angurriento, se tomaba el trabajo de comerse las miguitas que él había traído.

A partir de ese momento, empecé a sentir cierto grado de admiración por mi vecino. A pesar de sus años, todavía buscaba tener una responsabilidad, aunque parezca mínima, era muy importante, no para él, sino para sus amigas. Desde esa mañana, y cada vez que tenía desocupadas unas horas, me las arreglaba para pasarlo a buscar a Don Luis, y acompañarlo a alimentar a sus pequeñas palomas. En ocasiones, me llamaba desde el portero y me decía que ya estaba listo, y me esperaba en el hold del edificio hasta que bajara a acompañarlo.

Nos reíamos mucho en cada uno de nuestros encuentro, hablábamos mucho de muchos temas: de los equipos de fútbol del cual éramos hinchas cada uno; de las palomas y de los perros que iban a prepotaerlas; hablábamos más de las vecinas, que de los vecinos del edificio, y yo lo cargaba diciéndole que lo iba a demandar con su esposa, y ahí nomas, cambiaba de tema entre sonrisas, carcajadas y miradas cómplices; me contaba también de los tiempos litúrgicos, él era muy creyente y me decía que se hacía en cada uno de ellos. Pero nuestro mayor tiempo se nos pasaba entreteniéndonos inventando supuestos amoríos entre las palomas: “que esta señorita se había puesto de novia con aquel palomo, pero se peleo porque se había hecho el galán con aquella otra, o que la señorita de más allá, estaba más delgada porque quería llegar bien para el verano y poder casarse con este de más acá.

Por un par de semanas deje de acompañar a Don Luis; primero, por la facultad, ya que estaba en época de exámenes y andaba estudiando mucho, a veces en mi departamento, otras veces en lo de algún compañero de grupo. Y segundo, también en ese entonces, el trabajo me estaba exigiendo demasiado, lo que me dejaba poco tiempo y volvía al mi departamento solo a comer, a bañarme o a pernoctar, para que al día siguiente, vuelva todo a empezar.

Librado un poco de mis obligaciones y quehaceres, un sábado a la mañana vi que la mujer de Don Luis, intentaba cruzar sola la calle. Baje rápido, y al trote, recién pude alcanzarla en la plaza yendo por la diagonal hacía el asiento dónde nos ubicábamos nosotros. Al encararla, le pregunte con una sonrisa por el mi amigo, el Señor de las Palomas. Ella me miró con inmenso cariño y no pudo contener unas lágrimas en sus ojos. Me dio la bolsita con las migas, y sin decir nada se dio media vuelta y volvió a su departamento.

En principio, sentía que estaba parado en medio de un desierto, no en la plaza. Luego de un rato, continué por el camino a un ritmo lento. Al llegar al banco, me deje caer sobre él, con toda la pesadez de la ausencia, me faltaba mi querido compañero y amigo. Al rato, noté que algunas palomas me habían seguido por el camino revoloteando algunas, y otras a paso ligero para alcanzarme por el suelo. En mismo momento que llenaba la palma de mi mano con las miguitas, se me sentó al lado un pequeño espectador, su madre lo vigilaba a unos metros de distancia. Lo miré fijo y le pregunté: “¿che pibe, estás listo para ver algo increíble?”. Me respondió con una sonrisa. En ese momento, lance por el aire un gran puñado de migas de pan para mis amigas


20/09/2015






martes, 8 de septiembre de 2015

Qué pasó... (II)

Qué pasó con esos besos,
con los que no nos besamos...
habrán quedado colgados
en alguno de nuestros sueños.

Qué pasó con los abrazos
que nunca nos dimos...
los habremos olvidado
en momentos para no recordar.

Qué pasó con las caricias
que no nos acariciaron...
quedaron marcadas
en algún rincón del corazón.

Qué pasó con la vida
que nos íbamos a dar,
no la tienes tu, no la tengo yo,
a quién le prometimos entregar...

08/02/2003

jueves, 3 de septiembre de 2015

Qué pasó... (I)

Qué pasó con tu mirada…
que tan distante se encuentra;
Qué pasó con tus labios…
que ya no quieren besarme;
Qué pasó con tus manos…
que ya no tienen calidez para acariciarme;
Qué pasó con tu corazón…
que se calla sin darme una razón;
Qué pasó con tu cuerpo...
que cada vez lo siento menos;
Qué le pasó a tu alma...
que no te siento y se me escapa;
Qué le pasó a lo nuestro,
que un día dejó de ser tan bello...

27/02/2003