sábado, 20 de octubre de 2018

Creador de universos


Era necesario escapar. No había lugar en casa porque éramos siete hermanos y yo particularmente el del medio. Tenía un par de años de diferencia con mis hermanos mayores y no entendía lo que hacían por lo que no compartía mucho con ellos. Y estaba algo más crecido para andar jugando con los más chicos, por lo que no terminaba de adaptarme tampoco a mis hermanos menores. Por supuesto que había poco espacio en el hogar como para poder pensar con claridad o poder esparcirme con tranquilidad, por lo que me encontraba en la búsqueda constante de un lugar, mi lugar en el mundo. Entonces, la esquina era mi refugio donde lograba divagar en paz; pues podía pararme de frente al universo minúsculo de la cuidad, reducido al cruces de las calles Gral. Lamadrid y Bernabé Araoz. Me sentaba en el cordón y contemplaba lo abstracto y lo cotidiano de esa esquina, los autos avanzar y los vecinos ir y venir. En esa esquina me escapaba del tiempo y de mi familia y le gritaba a mi cabeza “¡Silencio!” y dejaba fluir de a poco las palabras y la imaginación, creando nuevos universos como si fueran sueños dentro de un gran sueño; donde mis deseos, curiosidades e ideas juveniles se podían expandir y ver de frente y contemplar para luego seguir creando otros pequeños universos.

de Google Street View
Solía huir en mi bicicleta de carrera, era pequeña de esas que tienen el manubrio raro con forma de cuernos doblados. Era de color roja y bastante ligera, tanto que en su andar me adaptaba con rapidez a la forma del viento de las tardes como si de repente despegara del suelo para llegar al espacio. Corría carreras imaginarias con los autos que circulaban pasivos por la calle, mientras que yo iba a toda fuerza tomando velocidad por la vereda  imaginando que dejaba una estela de estrellas en mí paso. Era mágico. Era como soñar en despierto esas cosas. Cuando sentía cansancio volvía a mi esquina para continuar divagando nuevas historias. Era esa esquina, de las calles Lamadrid y Bernabé, como acostumbrábamos a llamarla los vecinos de manera más resumida, y no otra esquina pues por allí también había una vía por la que pasaba el tren, lo que la hacía aún más especial para mí. El tren de carga siempre fue puntual, pasaba a las dos de la tarde, y a la siesta no corría más nada que la inmensa y pesada formación y mi bicicleta.

Por aquellas tardes, tenía 13, 14 o 15 años más o menos, era un flaco alto en comparación con mis compañeros o amigos de la cuadra, tenía un andar torpe según recuerdo, me costaba llevar adelante mi cuerpo pues me sentía desproporcionado. Siempre me afectó el calor, inclusive hoy en día, pero en aquellas tardes para no sofocarme tanto me sentaba bajo un árbol de mora que estaba en la esquina del paso del a nivel, púes bajo esa morera había hecho mí lugar en el mundo, ese que tanto me costaba encontrar dentro de casa. Es allí donde mis historias comenzaban, si bien no sabía dónde iban a terminar o cómo iban a seguir, sabía muy bien que sentado en esa esquina bajo la morera seguro iban a empezar.

Con el tiempo, empecé a cargar un cuaderno de tapa dura y un lápiz, luego pase a una lapicera ya que con el roce del movimiento de las hojas del cuaderno la tinta no se desvanecía como las marcas del grafito del lápiz. Entonces comenzaba a plasmar en la hoja aquellos universos que primeramente divagaba. Comenzaba a escribirlos y releerlos, a corregirlos y a entender su funcionamiento, a imponerle condiciones y formas. Cualquier idea era buena y disparaba la acción de escribir. Me inspiraba primero en mis desamores y  creaba universos paralelos donde replicaba mis propias historias y experiencias a modo de un sinfín tácito; imaginaba que los personajes llegaban a estar juntos a modo de escapar a mi propia suerte en los amores, aunque sea en las ficciones. Imaginaba, también, a bestias que querían salir de los cuerpos de las personas como metáforas de los cambios orgánicos y hormonales que iba sufriendo. Imaginaba y redactaba también mis propias curiosidades respecto al sexo a modo de cable a tierra, pues no podía jactarme de una “experiencia” que no tenía y, además, el papel siempre me tuvo más paciencia que las personas, por lo que terminaba siendo más retraído en este tema como en cualquier otro en el momento de querer consultarlo, por lo que a la larga era mejor imaginarlos y escribirlos.

Entonces, diferentes ideas iban y venían y volaban trayendo a otras ideas encadenadas consigo. El problema se me presentaba cuando la temática imaginada se me presentaba como tabú, pues para esos años mozos mi credo católico no me permitía tener tantas libertades para poder plasmar por escrito algunas ideas que me daban pudor. El amor sexual que se despertaba, mi cuerpo cambiando y madurando, mi mirada sobre las mujeres que iba al mismo tiempo cambiando a medida que la curiosidad iba creciendo, que me llamaba la atención mirar una blusa entreabierta o un bretel de corpiño más que una sonrisa de quien tenía en frente… empezaba a sopesar en consecuencia una cuestión más erótica que infantil. Con el tiempo esas ideas restrictivas fueron cada vez perdiendo terreno a la vez que pudor; y cada vez creciendo más la posibilidad de poder escribirlas en el papel tal cual eran, a veces de una forma metafórica otras veces de forma poética, pero escribiéndolas a final de cuentas, haciendo que esas ideas sean protagonistas más que los personajes, o personificándolas en un universo propio.

Esa esquina fue mi refugio en el mundo. Era extraño y hasta se podría decir paradójico, pensar que en una esquina siendo tan visible llegara a ser una guarida para mí y para mis universos. Pues sí lo era; era un refugio para mis ideas y mis sentimientos. La fragilidad de los universos que creaba en mi imaginación tomaban fortaleza a diario en la medida que los registraba en mis apuntes de aquel cuaderno tapa dura, y en la medida que iba creando universos mi satisfacción crecía a modo de desahogo en cada uno de ellos.

Con el tiempo fui dejando de lado a esa esquina y la bicicleta también. Perduran todavía los pequeños universos que fui construyendo. A medida que otros los hayan leído, los recuerden o los reconstruyan, seguirán existiendo. Mientras tanto yo iré siendo olvidado o creado por otra imaginación hasta volver a desaparecer en el olvido que es en definitiva el destino inevitable del creador de universos.

14/10/2018