domingo, 22 de noviembre de 2015

Los ojos en la ventana

“No deja de tentarme en las mañanas, la miel que deja el sol en tu ventana…” (La miel en tu ventana – Luis Alberto Spinetta).

Nervioso, ansioso, inquieto. Curiosos mis ojos miraban para todos lados. Si bien, ya conocía el lugar, a partir de ese primer día de clases, la escuela me iba a pertenecer por lo menos en los próximos cinco años.

Veía a otros chicos y chicas que también se encontraban desorientados buscando nuestras aulas, las que corresponderían a primer año. El secundario se abría para un centenar de nuevos alumnos, y las expectativas de todos diría yo, eran muy altas.

Algunos responsables, nos guiaban al patio de la escuela. La primera impresión fue como haberme transportado a un mundo diferente. El patio era un lugar inmenso a cielo abierto, estaba rodeado por las aulas, las ventanas daban hacía allí; había grandes canteros con helechos y plantas de las familias de las palmeras, también había arboles robustos, centenarios a mi perspectiva. Los cursos más grandes, ya se habían formado con  las indicaciones de sus preceptores. Por las galerías, se escuchaban los gritos de otros preceptores anunciando el curso que le tocaba. Entre tanto bullicio, escuché: “Primero Tercera por aquí…”; una voz bien aguda, se distinguió de todas las demás.

La directora, al empezar el acto de bienvenida, nos llamó la atención: “Primero Tercera, espero que no se les haga costumbre tanta demora para hacer fila”; acto seguido le llamó la atención a todo el alumnado por reírse y burlarse de nosotros. Al terminar con el acto, fuimos los primeros en retirarnos al aula. No se mis compañeros, pero yo sentía mucha cosquillas en el estomago, tanto que hasta creo que me temblaban las piernas.

Cuando entramos en el aula nos ubicando de forma espontanea en los bancos. Elegí cerca de la ventana al patio en busca de una sensación de aparente libertad y porque en mi anterior también me sentaba cerca de la ventana, como para no sentirme tan deshabituado.

A medida que la preceptora iba tomando asistencia, me colgué mirando hacia afuera a la ventana de otra aula que daba perpendicular a mi ventana. El sol de las 14:30 pegaba de lleno en el piso del patio y rebotaba hacia mi ubicación; una nube pasajera lo tapó por unos minutos, y me permitió ver algo asombroso. Del otro lado, en esa ventana precisamente, una mirada respondía a mis ojos. Esa mirada en la ventana, me hizo sentir los primeros calores de verano y me transportó a otra dimensión. Ocasionalmente, en ese instante de ceguera emocional, pude percibir una sonrisa entre dientes blancos y rubor en mejillas; entre tanta distancia y el patio abismal que nos separaba, pude ver unos ojos negros, realmente de color negro azabache, y unos bucles en el flequillo, que querían esconder de mi, a su mirada de mis ojos furtivos.

No sabía cómo se llamaba, no sabía qué curso era, no sabía cómo era ella. Sabía que estaba paralizado por esos ojos negros tras la ventana. Volvió el brillo del sol, al seguir de largo la nube con una brisa, salía de la ceguera emocional para volver a la otra ceguera, la del rebote del sol de la siesta. De pronto, sentí como que todo el curso me estuviera observando; volví en sí, y la preceptora estaba parada delante mío preguntándome el apellido, pues había terminado de tomar asistencia y yo no había abierto la boca para decir presente.

Durante toda la tarde nos estuvimos cruzando miradas, había veces que miraba yo hasta que ella se contactaba conmigo; había otras veces que era al revés; en ocasiones, teníamos como miradas sincronizadas, como que los dos dábamos vuelta la cabeza al mismo tiempo para mirarnos; en todas las veces, las sonrisas eran cómplices de nuestros ojos, que se perdían tímidos entre la distancia. A veces, no tan inocentes, nos hacíamos una mueca para ver la reacción del otro. Inconscientemente, jugábamos a sostenernos la mirada sin parpadear para ver quién ganaba.

Cerca del horario de salida, a mi curso nos habían informado que ese primer día tendríamos una hora de clase más y saldríamos más tarde. Al timbre de las 18:20, desde mi ventana, veía como todo el curso de enfrente se levantaba y se marchaba, y que ella me saludaba tímidamente con la mano izquierda, con todas las intensiones de no ser descubierta por sus compañeros. Y mis ojos le gritaban: “quedate, esperame, no te vayas, ¿te veré mañana?”; y un sinfín de cosas que al parecer su mirada no iba a poder escuchar.

Cuando finalizó por fin mi primer día de clase, guardaba malhumorado mis útiles en la mochila, sentía que tantas miradas, tanta conexión, habían sido en vano. Salíamos del curso, caminábamos unos metros por el pasillo con mis compañeros, teníamos que girar a la derecha para bajar por la escalera. De pronto, ella estaba parada en el descanso mirando a todos los que iban bajando; buscaba a los ojos que la habían atosigado toda la tarde. No estaba sola, le acompañaba una compañera haciéndole el aguante.

A medida que yo bajaba escalón por escalón, todo se iba nublando a mi alrededor; iba llegando al descanso, y todo fue quedando gradualmente borroso y mis ojos solo miraban a sus ojos. Mis compañeros, su compañera, las escaleras, el descanso, las luces, los relojes, sus carpetas, mi mochila, su sonrisa y mi sonrisa, otros alumnos y algunos docentes que también iban bajando por la escalera, la escuela, las luces, el ruido, los gritos y hasta el mismo silencio, todo… absolutamente todo, había quedado de lado por ver a aquellos ojos negros del otro lado de la ventana.

21/05/2015








sábado, 14 de noviembre de 2015

Veneno

Extraña sensación
me cruza por todo el cuerpo;
soledad sea tal vez
consecuencias de la desilusión.

Me trato de escapar
pero me entumezco,
y en mi mente quedan
anhelos de esperanza.

Me desequilibra tu partida
tu ausencia es el veneno
que lentamente me paraliza
ahuecando a mi corazón.

Algunas imágenes voy recordando,
unas más rápidas, otras menos fugaces;
y me quedo sin tiempo 
entre tus vivos recuerdos.

Dulce veneno el que he probado
no dejes a mi boca así al descubierto,
en este el último aliento...
sin el refugio de tus besos.

Te fuiste y es un hecho,
aunque no quiera alejarme de tu cuerpo,
solo queda el veneno
que va matando lo que queda por dentro.

14/05/2002