domingo, 4 de noviembre de 2018

El Rey debía morir…


Banghalah había sido desde sus orígenes un pueblo de familias campesinas y pesqueras. Era un pueblo de posta, es decir que era una tierra de paso. Dueña de un golfo con playas preciosas y un puerto pesquero muy importante en la zona y llanuras  no tan bastas de extensión, pero que servían para cultivo y abastecimiento del mismo pueblo. Si bien no pertenecía a nación alguna, se encontraba situada geográficamente en medio de la disputa de un gran imperio por avanzar hacia una salida al mar.

El joven Rey Joseph II, Señor del imperio de Alandria, se apoderó de Banghalah tras algunos meses de enfrentamiento, ya que la Cuidad Puerto, como también se la conocía, no poseía gran fuerza militar y cayó rendida ante apenas un arsenal de soldados dorados, nombre con el que se hizo conocido el gran capital bélico del imperio.
Desde allí Banghalah continuó siendo ciudad de paso pero ya bajo la bandera de Alendria y soportando el yugo del Rey, el cual le exigía a sus nuevos integrantes del imperio, fuertes sumas de impuestos en metales preciosos y de alimentos para abastecer a sus enormes ejércitos. Si bien la ciudad puerto no tuvo nunca gran densidad de población, los jóvenes sin importar sexo, debían alistarse al ejercito dorado. Además, por estar situada cerca de un puerto, en las mismas tierras de Banghalah, por orden del mismísimo emperador, se asentó una dotación de infantería regional del ejército dorado, otra dotación encargada de naval y finalmente una de municiones y administración de alimentos.

Con el paso del tiempo, de ser una tierra muy tranquila se transformó en un punto estratégico del imperio; un lugar donde se desataron varios enfrentamientos son otras naciones vecinas que también pretendían adueñarse de la cuidad con todas sus nuevas virtudes militares. La negrura de la tierra de Banghala se tiñó de rojo debió a la cantidad de sangre derramada debido a las guerras en la que fue protagonista desde que la bandera del imperio empezó a flamear en su puerto.

Llegaban a Banghalah jóvenes de todas las direcciones cardinales de Alendria para empezar su entrenamiento. Los dos primeros años de la escuela militar eran comunes para todos los conscriptos: entrenaban el físico, se enseñabas y se practicaban tácticas de enfrentamiento, adiestramiento en diferentes armas y se ponía especial énfasis en la instrucción cívica orientada al Imperio de Alendria.

Omar era hijo del emperador y heredero al trono, era un joven que no tenía un gran porte físico. Era más bien introvertido e ingenuo, tal vez demasiado para venir de la familia real. En uno de los entrenamientos en la playa, su embarcación de práctica fue alcanzada por una munición de piedra arrojada por una catapulta desde las arenas de la playa; tanto Omar como sus dos tripulantes quedaron inconscientes y flotando a la deriva sobre la marea, que a su vez, la corriente del agua los iba arrastrando mar adentro. De una de las embarcaciones rivales de entrenamiento, saltó un soldado al rescate a puro esfuerzo de nado, pues las olas estaban picadas por el mal clima. Ernesto, el mejor aspirante de la promoción, pudo rescatar solamente a Omar llevándolo a su embarcación de práctica, pero no pudieron hacer nada con los otros tripulantes ya que habían sido literalmente tragados por el agua. Al enterarse el emperador de la hazaña de Ernesto por su hijo, fue invitado a una cena privada en agradecimiento.

Ernesto era desafiante y fornido, un genio en estrategia militar en comparación con sus compañeros de escuadrón, de entre los cuales se encontraba también Omar. Luego de la cena, el Joseph II le invitó a dar un paseo por las galerías del palacio real. En un momento donde el Rey bajo su guardia, Ernesto la acertó eficazmente una daga en el centro del pecho. A medida que el cuerpo del gran Emperador Dorado se desplomaba sobre los majestuosos mármoles del piso de la galería principal, la corona estallaba estrepitosamente por el suelo, alertando a los guardias que caminaban por delante de ellos con Omar, a unos cincuenta metros de distancia.

En lo que los guardias le propinaban una gran golpiza a Ernesto, Omar dio la orden a los gritos de que no lo mataran, pues él le debía su vida y ahora también le debía la herencia de ser el nuevo emperador de Alendria. Ernesto fue apresado en la mazmorra y no fue visitado por el Omar hasta que finalizaron los diez días de duelo por la muerte de un estandarte real.

La celda de Ernesto era fuertemente custodiada por guardias privados de la realeza. A la hora del almuerzo del onceavo día del asesinato de Joseph II, el nuevo emperador Omar I, se presentó en la celda del asesino del emperador. Ante semejante presencia, Ernesto dejó de lado la comida e inmediatamente se arrodilló ante su ex compañero.

-“Es peligroso para usted mi señor… el verdugo de su padre no merece semejante visita…” le saludo Ernesto en completa sumisión.

-“Tú no solo me has salvado la vida, sino también la has cambiado por completo”, le dijo el nuevo emperador. “Sin embargo, dime tú si debo llamarte asesino, si debo llamarte salvador, si debo nombrarte como compañero… ¿dime cómo debo de nombrarte?” preguntó Omar. Ernesto quedo en silencio y sin emitir respuesta permaneció con el semblante pegado al suelo. “Dime algo que pueda acallar a mis pensamientos con respecto a lo sucedido… dime si debo condenarte o enaltecerte…” replico el emperador.
Ernesto le contestó que lo acontecido iba más allá del propio entendimiento del nuevo emperador. A lo que Omar muy enojado le respondió: “tendrás todo el tiempo que necesites para explicármelo, para que tu nuevo Rey pueda entender… pues no tendrás compasión de mi parte. Además, no tendrás el beneficio de una muerte rápida, hasta que tu Rey quede satisfecho con tus argumentos y explicaciones… no vas a morir”. Omar dio media vuelta y se retiró con sus guardias. Desde el asesinato a su padre, el nuevo Rey había solicitado redoblar el número de guardias personales por temor a nuevos ataques a la investidura Real. A partir de aquel encuentro, Omar fue a visitar a Ernesto todos los días a la hora del almuerzo con un único y recurrente interrogante, sin embargo Su Alteza no tenía respuesta alguna por parte del prisionero.

Un día, Omar comenzó su interrogatorio con una pregunta diferente, le preguntó por su familia, si es que tenía a alguien en algún lugar que le estuviera esperando. Por primera vez en muchas visitas, Ernesto levantando la mirada del suelo, con un ademán con la cabeza le contestó afirmativamente.

-¿De dónde eres? ¿Dónde naciste Ernesto? preguntó Omar.

-Nací en Banghalah mi Señor, del mismo lugar donde nos conocimos usted y yo. El mismo puerto que me vio crecer… el mismo puerto que me vio salvarle la vida. Le contestó.

-¿Por qué me has salvado, Ernesto?

-Era propicio hacerlo mi Señor. No podía dejar que usted muriera en la mar.

-Pero no te fue impedido arrebatarle la vida a mi padre… le replicó Omar

-Su padre debía morir mi Señor… le contestó Ernesto.

Prosiguió su relato hablando de las desgracias que había sufrido su tierra desde la conquista propiciada por Imperio Dorado. Que él había sido elegido de un selecto grupo de jóvenes por parte de los jefes de su pueblo para llevar a cabo el asesinato del Rey y que debió, por lo tanto, cumplir con este mandato por el honor que se le había impuesto; que su destino había sido signado a ser el vengador de Banghalah.

La noticia de la ascensión al trono de Omar había circulado rápidamente no solo a lo largo y a lo ancho del imperio, sino también se habían hecho eco de la noticia las naciones vecinas con las que Joseph II había mantenido constantes enfrentamientos. El padre de Omar había tenido un mandato fuerte, en cambio el nuevo Rey, no había podido consolidar su voz de mando ante los diferentes Generales regionales, y querer asemejarse a su padre, empezó a tomar decisiones apresuradas y caprichosas como enviar menos dotaciones de soldados al Norte, por ejemplo, donde la guardia de frontera era constantemente puesta a prueba en enfrentamientos por parte de la  milicia rebelde; también había reducido el envío de provisiones a los asentamientos militares del Oeste, sin tener en cuenta que era una zona azotada por un clima muy frio, por lo que sus tropas no disponían de los recursos necesarios para poder alimentarse y abrigarse mientras que a su vez iban cediendo terreno en los enfrentamientos con sus vecinos. Y por último, Banghalah no habia sido reabastecida con lo materiales necesarios para los entrenamientos de las tropas, por lo que los soldados eran trasladados a los diferentes enfrentamientos con muy baja experiencia, lo que hace que las fuerzas perdieran capacidad de respuestas y fueran vencidas con menos esfuerzos. Además, las conversaciones con Ernesto, no tenían las respuestas que Omar buscaba por lo que sumaba una frustración adicional a la presión que tenía en su corta historia como emperador.

Una tarde, Omar visitó como de costumbre a Ernesto, pero esta vez la presencia real denotaba gran nerviosismo. Sin mediar saludo alguno, Omar mismo empezó a hablar la situación del imperio en el Norte. Ernesto le interrumpió el monologo de su alteza replicando:

-“La región del norte es muy delicada, pues el ejercito de Los Montañeses (como se los llamaba a los vecinos en constante conflicto) son muy fuertes y tienen muy buenos arqueros…”, el Rey le miraba con particular atención, como tomando nota de cada palabra que emanaba de la boca de Ernesto que continuó diciendo: “primero reducen a los ejércitos con sus arqueros, sus catapultas son de largo alcance y llegan a penetrar de lejos la defensa del ejercito Dorado, por lo que sería necesario no solo enviar un gran ejercito sino también a los mejores soldados, con escudos resistentes y más grandes que pudieran cubrir mejor el cuerpo. Además, debería enviar las provisiones necesarias para el número de soldados y voluntarios que se encuentran en el fuerte. Creo, si usted me lo permite (dijo con gran seguridad y atrevimiento) que debería empoderar el Fuerte Dorado del  Norte, no solo con dicho ejército fuerte sino también con materiales que sirvan para su entrenamiento y desarrollo, de esa manera usted se ahorraría de enviar más soldados teniendo la fuerza de generarlos allí mismo, con lugareños que estén acostumbrados al clima…”

Sin poder terminar su reflexión el Rey se levantó, le miró con desprecio y arrogancia y se retiró de la mazmorra. Desde éste último encuentro, Ernesto dejó de recibir la visita de Omar. Sin embargo, los guardias con los que se había hecho de cierta afinidad, le habían comentado que se habían implementado sus ideas al Norte de Alendria y que ya se habían dado pequeños avances fundamentales para mantener la frontera controlada.
Luego de casi un año, el Rey Omar volvió a visitar a Ernesto en su prisión quién trató de no mostrarse sorprendido. Omar empezó reconociendo que las ideas de su ex compañero, y otros aportes del consejo de guerra, había ayudado en gran medida para contener y replegar a Los Montañeses del Norte. Sin embargo, le comentó también que Alendria iba perdiendo cada vez más terreno en el Oeste con el ejército del Tigre Blanco (nombre con el que se le conocía a la milicia occidental con la que se enfrentaba el Imperio) y le concedió un trato:

-“Dime tu, Ernesto, qué medidas tomarías para que el imperio retome su potestad en las tierras del Oeste y tendrás la posibilidad no solamente de ser liberado sino también de convertirte en uno de mis asesores en el Consejo de Guerra…”

Ernesto permaneció un instante en silencio y luego, sin dar contexto alguno, comenzó su discurso de una manera muy parecida a aquella vez hace un año. Comenzó elogiando las fortalezas de su enemigo: “el ejército Tigre Blanco está compuesto de soldados muy ágiles, aquí la fortaleza está en hacerse amigo del frío, pues ellos no lo sienten. Entonces los soldados propicios para el enfrentamiento con ellos no son los más fuertes como el ejercito Dorado del Norte, sino deberán ser delgado, ágiles con la lanza y veloces con la espada; deben estar bien equipados de abrigo y que este sea de color claro para que se pueda camuflar con la tundra; los escudos deben ser más bien pequeños para que le ayuden al movimiento cuerpo a cuerpo del soldado con más rapidez, también ayudaría a ahorrar energía solo para el combarte”. Continuó hablándole a Omar dirigiéndose directamente a él: “debería usted enviar más provisiones y también, al igual que al Norte, debería crear una escuela militar en el mismo lugar para empoderar a las milicias regionales, para que los jóvenes y milicias de la región se conviertan en un verdadero ejército profesional de combate en clima ostil, como el frio…”. Como aquella vez, el Rey de Alendria se retiró con sobervia sin mediar palaba o saludo. Sin embargo, y como había dado resultado todo lo que Ernesto había recomendado, los seis meses de este último encuentro, Ernesto ya había sido liberado de su claustro y se había convertido en principal asesor de Omar I en el Consejo de Guerra del Imperio dorado, y además en el principal auditor de las Escuelas Militares de las diferentes regiones de Alendria.

El Consejo de Guerra no estaba de acuerdo que el asesino de Joseph II sea la mano derecha de Omar pero la aplicación de las eficaces ideas de Ernesto habían ganando terreno y le daba confianza. Cada región del imperio Dorado tuvo su propio ejército profesional de soldados compuesto por jóvenes criados en las mismas regiones de donde provenían, lo que hacía que fueran soldados adaptados de mejor manera para pelear. Así mismo, cada región fue estudiada por Ernesto para poder crear y fortalecer de la mejor manera a cada brazo del ejército del imperio. Además, cuando fueron debidamente fortalecidos los ejércitos, Ernesto se encargo de nombrar un persona de su confianza para mantener el funcionamiento adecuado de la estructura militar de toda Alendria. En dos años, Ernesto pasó de ser el prisionero y asesino de Joseph II a ser el hombre más fuerte y con más vinculaciones dentro de la estructura militar del imperio.

En una tarde en el claro de un bosque muy cercano a Banghalah, Ernesto y Omar junto a otros Generales Regionales participaban de una cacería de venados. En medio del banquete donde se asaba la carne de los animales faenado de la caza, Omar propuso un brindis en nombre de Ernesto y hablaba de que “sin sus ideas revolucionarias en ámbito de la guerra, Alendria no habría nunca habría recuperado y mantenido su esplendor”. Luego de los elogios, propuso que Ernesto dijera unas palabras:

-“Todos morimos, algunos tienen menos tiempo para poder estar entre nosotros, otros tienen más tiempo para poder ser disfrutados y acompañados. Quién no ha de morir jamás es quien será recordado por sus logros…” hablaba Ernesto mientras caminaba alrededor del mesón improvisado. “Mientras alguien recuerde las hazañas, uno puede ser recordado en el mito, por más que el cuerpo se pudra en la tierra colorada. Alendria perecerá hoy…” vaticinó Ernesto con mucha seguridad y firmeza mientras que Omar saltaba de su banquillo y miraba a su orador como pidiendo explicación de sus palabras.

-“Tranquilo Omar, todos te van a recordar como el emperador que dio paso a una nueva forma de mando. Una donde cada región dependerá de la región de al lado con compromiso de palabra y no bajo el yugo del estandarte Dorado de Alendria… un modo en donde cada región se vuelve una nación diferente, hermanada bajo la sangre derramada en común bajo nuestros pies…”

Mientras Ernesto proseguía con su discurso, dos generales se levantaron bruscamente y atajaban a Omar que quería a su vez arremeter con su espada a Ernesto. Luego de un forcejeo, estos generales lograron atar al Emperador a una pica cercana a la mesa, la misma donde se había desviserado al venado que estaban comiendo tras la casería. Y como el Omar no dejaba de gritar, le colocaron un trapo en la boca para amordazarlo.

-“Te lo había dicho en su momento Omar, yo fui elegido para asesinar a tu padre y fue parte de un plan orquestado, no solo para eliminarlo a él sino también para terminar con toda la Realeza. Tu embarcación no se deshizo solo por el golpe de la catapulta en aquel entrenamiento… yo fui quién aflojó las ataduras de los maderos. Te había comentado que debía salvarte, ¡claro que tuve que hacerlo! Era parte del plan poder acercarme lo suficiente a tu padre para cumplir con el mandato de mi pueblo… para terminar con la vida de Joseph y acabar con el legado de Alendria…”

Omar miraba amordazado y maniatado el monologo con los ojos sumamente abiertos y sus pupilas enfocadas directamente a su orador. Su mirada asechaba por donde quiera que Ernesto se movía, los ojos era lo único que podía mover. Por más que lo intentaba con cada forcejeo, no podía deshacer las ataduras.

Ernesto fue explicando una a uno cada punto cómo fue el plan para poder ganarse su confianza y para poder llegar al lugar y ejercer su potestad como lo había hecho en silencio hasta ese día.

Continúo con su discurso, pero esta vez, de lo que iba a suceder con Alendria a partir de aquel momento:

-“Omar, tus ojos no verán la caída del imperio, pero ten la certeza que desde hoy, Alendria caerá. Cada región será independiente del poder Dorado, ya que a costa de tu sangre, dejarás un decreto donde ordenaras el deceso del Imperio de Alendria…”; mientras relataba estas palabras, uno de los Generales le quitó el anillo con el Sello Real a Omar y bañándolo de cebo lo afirmó al pie del decreto. Ernesto dio la orden de que el mismo decreto fuera difundido por todo el territorio y dio la orden, a su vez, que todas las milicias regionales quedaban a disposición de los nuevos territorios, ahora independientes.

Por último, Ernesto se paró de frente a Omar y desenvainó su daga con la que degolló a su emperador. Se hincó de rodillas honrando la figura de Su Majestad, que poco a poco se desangraba con cada latido.

Los últimos parpadeos de Omar le permitieron ver al mensajero que corría a lo lejos en su caballo llevando la noticia de la caída de su imperio, y a su vez a Ernesto y sus Generales arrodillados a sus pies ofreciéndole reverencia. El anillo con el Sello Real volvió al dedo de un difunto Omar. Alendria cayó como había sentenciado Ernesto. Las nuevas Naciones que surgieron fueron prósperas y convivieron en paz con sus vecinos bárbaros por muchos años. Ernesto vivió algunos años más para terminar de darle forma y fortaleza a los acuerdos de solidaridad propuestos por cada una de las Regiones del ex Imperio Dorado, y a pesar de su deceso, aún se lo recuerda por su valentía como “el hombre que no ha de morir jamás”.

28/10/2018