Banghalah
había sido desde sus orígenes un pueblo de familias campesinas y pesqueras. Era
un pueblo de posta, es decir que era una tierra de paso. Dueña de un golfo con
playas preciosas y un puerto pesquero muy importante en la zona y llanuras no tan bastas de extensión, pero que servían
para cultivo y abastecimiento del mismo pueblo. Si bien no pertenecía a nación
alguna, se encontraba situada geográficamente en medio de la disputa de un gran
imperio por avanzar hacia una salida al mar.
El joven
Rey Joseph II, Señor del imperio de Alandria, se apoderó de Banghalah tras
algunos meses de enfrentamiento, ya que la Cuidad Puerto, como también se la
conocía, no poseía gran fuerza militar y cayó rendida ante apenas un arsenal de
soldados dorados, nombre con el que se hizo conocido el gran capital bélico del
imperio.
Desde
allí Banghalah continuó siendo ciudad de paso pero ya bajo la bandera de
Alendria y soportando el yugo del Rey, el cual le exigía a sus nuevos
integrantes del imperio, fuertes sumas de impuestos en metales preciosos y de
alimentos para abastecer a sus enormes ejércitos. Si bien la ciudad puerto no tuvo
nunca gran densidad de población, los jóvenes sin importar sexo, debían
alistarse al ejercito dorado. Además, por estar situada cerca de un puerto, en
las mismas tierras de Banghalah, por orden del mismísimo emperador, se asentó
una dotación de infantería regional del ejército dorado, otra dotación
encargada de naval y finalmente una de municiones y administración de
alimentos.
Con el
paso del tiempo, de ser una tierra muy tranquila se transformó en un punto
estratégico del imperio; un lugar donde se desataron varios enfrentamientos son
otras naciones vecinas que también pretendían adueñarse de la cuidad con todas
sus nuevas virtudes militares. La negrura de la tierra de Banghala se tiñó de
rojo debió a la cantidad de sangre derramada debido a las guerras en la que fue
protagonista desde que la bandera del imperio empezó a flamear en su puerto.
Llegaban
a Banghalah jóvenes de todas las direcciones cardinales de Alendria para
empezar su entrenamiento. Los dos primeros años de la escuela militar eran
comunes para todos los conscriptos: entrenaban el físico, se enseñabas y se
practicaban tácticas de enfrentamiento, adiestramiento en diferentes armas y se
ponía especial énfasis en la instrucción cívica orientada al Imperio de
Alendria.
Omar
era hijo del emperador y heredero al trono, era un joven que no tenía un gran
porte físico. Era más bien introvertido e ingenuo, tal vez demasiado para venir
de la familia real. En uno de los entrenamientos en la playa, su embarcación de
práctica fue alcanzada por una munición de piedra arrojada por una catapulta
desde las arenas de la playa; tanto Omar como sus dos tripulantes quedaron
inconscientes y flotando a la deriva sobre la marea, que a su vez, la corriente
del agua los iba arrastrando mar adentro. De una de las embarcaciones rivales
de entrenamiento, saltó un soldado al rescate a puro esfuerzo de nado, pues las
olas estaban picadas por el mal clima. Ernesto, el mejor aspirante de la
promoción, pudo rescatar solamente a Omar llevándolo a su embarcación de
práctica, pero no pudieron hacer nada con los otros tripulantes ya que habían
sido literalmente tragados por el agua. Al enterarse el emperador de la hazaña
de Ernesto por su hijo, fue invitado a una cena privada en agradecimiento.
Ernesto
era desafiante y fornido, un genio en estrategia militar en comparación con sus
compañeros de escuadrón, de entre los cuales se encontraba también Omar. Luego
de la cena, el Joseph II le invitó a dar un paseo por las galerías del palacio
real. En un momento donde el Rey bajo su guardia, Ernesto la acertó eficazmente
una daga en el centro del pecho. A medida que el cuerpo del gran Emperador
Dorado se desplomaba sobre los majestuosos mármoles del piso de la galería
principal, la corona estallaba estrepitosamente por el suelo, alertando a los
guardias que caminaban por delante de ellos con Omar, a unos cincuenta metros
de distancia.
En lo
que los guardias le propinaban una gran golpiza a Ernesto, Omar dio la orden a
los gritos de que no lo mataran, pues él le debía su vida y ahora también le
debía la herencia de ser el nuevo emperador de Alendria. Ernesto fue apresado
en la mazmorra y no fue visitado por el Omar hasta que finalizaron los diez
días de duelo por la muerte de un estandarte real.
La
celda de Ernesto era fuertemente custodiada por guardias privados de la
realeza. A la hora del almuerzo del onceavo día del asesinato de Joseph II, el
nuevo emperador Omar I, se presentó en la celda del asesino del emperador. Ante
semejante presencia, Ernesto dejó de lado la comida e inmediatamente se arrodilló
ante su ex compañero.
-“Es
peligroso para usted mi señor… el
verdugo de su padre no merece semejante visita…” le saludo Ernesto en completa
sumisión.
-“Tú
no solo me has salvado la vida, sino también la has cambiado por completo”, le
dijo el nuevo emperador. “Sin embargo, dime tú si debo llamarte asesino, si
debo llamarte salvador, si debo nombrarte como compañero… ¿dime cómo debo de
nombrarte?” preguntó Omar. Ernesto quedo en silencio y sin emitir respuesta
permaneció con el semblante pegado al suelo. “Dime algo que pueda acallar a mis
pensamientos con respecto a lo sucedido… dime si debo condenarte o enaltecerte…”
replico el emperador.
Ernesto
le contestó que lo acontecido iba más allá del propio entendimiento del nuevo
emperador. A lo que Omar muy enojado le respondió: “tendrás todo el tiempo que
necesites para explicármelo, para que tu nuevo Rey pueda entender… pues no
tendrás compasión de mi parte. Además, no tendrás el beneficio de una muerte
rápida, hasta que tu Rey quede satisfecho con tus argumentos y explicaciones…
no vas a morir”. Omar dio media vuelta y se retiró con sus guardias. Desde el
asesinato a su padre, el nuevo Rey había solicitado redoblar el número de
guardias personales por temor a nuevos ataques a la investidura Real. A partir
de aquel encuentro, Omar fue a visitar a Ernesto todos los días a la hora del
almuerzo con un único y recurrente interrogante, sin embargo Su Alteza no tenía
respuesta alguna por parte del prisionero.
Un
día, Omar comenzó su interrogatorio con una pregunta diferente, le preguntó por
su familia, si es que tenía a alguien en algún lugar que le estuviera
esperando. Por primera vez en muchas visitas, Ernesto levantando la mirada del
suelo, con un ademán con la cabeza le contestó afirmativamente.
-¿De
dónde eres? ¿Dónde naciste Ernesto? preguntó Omar.
-Nací
en Banghalah mi Señor, del mismo lugar donde nos conocimos usted y yo. El mismo
puerto que me vio crecer… el mismo puerto que me vio salvarle la vida. Le
contestó.
-¿Por
qué me has salvado, Ernesto?
-Era
propicio hacerlo mi Señor. No podía dejar que usted muriera en la mar.
-Pero
no te fue impedido arrebatarle la vida a mi padre… le replicó Omar
-Su
padre debía morir mi Señor… le contestó Ernesto.
Prosiguió
su relato hablando de las desgracias que había sufrido su tierra desde la
conquista propiciada por Imperio Dorado. Que él había sido elegido de un
selecto grupo de jóvenes por parte de los jefes de su pueblo para llevar a cabo
el asesinato del Rey y que debió, por lo tanto, cumplir con este mandato por el
honor que se le había impuesto; que su destino había sido signado a ser el vengador
de Banghalah.
La
noticia de la ascensión al trono de Omar había circulado rápidamente no solo a
lo largo y a lo ancho del imperio, sino también se habían hecho eco de la
noticia las naciones vecinas con las que Joseph II había mantenido constantes
enfrentamientos. El padre de Omar había tenido un mandato fuerte, en cambio el
nuevo Rey, no había podido consolidar su voz de mando ante los diferentes
Generales regionales, y querer asemejarse a su padre, empezó a tomar decisiones
apresuradas y caprichosas como enviar menos dotaciones de soldados al Norte,
por ejemplo, donde la guardia de frontera era constantemente puesta a prueba en
enfrentamientos por parte de la milicia
rebelde; también había reducido el envío de provisiones a los asentamientos
militares del Oeste, sin tener en cuenta que era una zona azotada por un clima
muy frio, por lo que sus tropas no disponían de los recursos necesarios para
poder alimentarse y abrigarse mientras que a su vez iban cediendo terreno en
los enfrentamientos con sus vecinos. Y por último, Banghalah no habia sido reabastecida
con lo materiales necesarios para los entrenamientos de las tropas, por lo que
los soldados eran trasladados a los diferentes enfrentamientos con muy baja
experiencia, lo que hace que las fuerzas perdieran capacidad de respuestas y fueran
vencidas con menos esfuerzos. Además, las conversaciones con Ernesto, no tenían
las respuestas que Omar buscaba por lo que sumaba una frustración adicional a
la presión que tenía en su corta historia como emperador.
Una
tarde, Omar visitó como de costumbre a Ernesto, pero esta vez la presencia real
denotaba gran nerviosismo. Sin mediar saludo alguno, Omar mismo empezó a hablar
la situación del imperio en el Norte. Ernesto le interrumpió el monologo de su
alteza replicando:
-“La
región del norte es muy delicada, pues el ejercito de Los Montañeses (como se los
llamaba a los vecinos en constante conflicto) son muy fuertes y tienen muy
buenos arqueros…”, el Rey le miraba con particular atención, como tomando nota
de cada palabra que emanaba de la boca de Ernesto que continuó diciendo:
“primero reducen a los ejércitos con sus arqueros, sus catapultas son de largo
alcance y llegan a penetrar de lejos la defensa del ejercito Dorado, por lo que
sería necesario no solo enviar un gran ejercito sino también a los mejores
soldados, con escudos resistentes y más grandes que pudieran cubrir mejor el
cuerpo. Además, debería enviar las provisiones necesarias para el número de
soldados y voluntarios que se encuentran en el fuerte. Creo, si usted me lo
permite (dijo con gran seguridad y atrevimiento) que debería empoderar el
Fuerte Dorado del Norte, no solo con dicho
ejército fuerte sino también con materiales que sirvan para su entrenamiento y
desarrollo, de esa manera usted se ahorraría de enviar más soldados teniendo la
fuerza de generarlos allí mismo, con lugareños que estén acostumbrados al
clima…”
Sin poder
terminar su reflexión el Rey se levantó, le miró con desprecio y arrogancia y se
retiró de la mazmorra. Desde éste último encuentro, Ernesto dejó de recibir la
visita de Omar. Sin embargo, los guardias con los que se había hecho de cierta
afinidad, le habían comentado que se habían implementado sus ideas al Norte de
Alendria y que ya se habían dado pequeños avances fundamentales para mantener
la frontera controlada.
Luego de
casi un año, el Rey Omar volvió a visitar a Ernesto en su prisión quién trató
de no mostrarse sorprendido. Omar empezó reconociendo que las ideas de su ex
compañero, y otros aportes del consejo de guerra, había ayudado en gran medida
para contener y replegar a Los Montañeses del Norte. Sin embargo, le comentó
también que Alendria iba perdiendo cada vez más terreno en el Oeste con el
ejército del Tigre Blanco (nombre con el que se le conocía a la milicia
occidental con la que se enfrentaba el Imperio) y le concedió un trato:
-“Dime
tu, Ernesto, qué medidas tomarías para que el imperio retome su potestad en las
tierras del Oeste y tendrás la posibilidad no solamente de ser liberado sino
también de convertirte en uno de mis asesores en el Consejo de Guerra…”
Ernesto
permaneció un instante en silencio y luego, sin dar contexto alguno, comenzó su
discurso de una manera muy parecida a aquella vez hace un año. Comenzó
elogiando las fortalezas de su enemigo: “el ejército Tigre Blanco está
compuesto de soldados muy ágiles, aquí la fortaleza está en hacerse amigo del
frío, pues ellos no lo sienten. Entonces los soldados propicios para el
enfrentamiento con ellos no son los más fuertes como el ejercito Dorado del
Norte, sino deberán ser delgado, ágiles con la lanza y veloces con la espada; deben
estar bien equipados de abrigo y que este sea de color claro para que se pueda
camuflar con la tundra; los escudos deben ser más bien pequeños para que le
ayuden al movimiento cuerpo a cuerpo del soldado con más rapidez, también
ayudaría a ahorrar energía solo para el combarte”. Continuó hablándole a Omar dirigiéndose
directamente a él: “debería usted enviar más provisiones y también, al igual
que al Norte, debería crear una escuela militar en el mismo lugar para empoderar
a las milicias regionales, para que los jóvenes y milicias de la región se
conviertan en un verdadero ejército profesional de combate en clima ostil, como
el frio…”. Como aquella vez, el Rey de Alendria se retiró con sobervia sin
mediar palaba o saludo. Sin embargo, y como había dado resultado todo lo que
Ernesto había recomendado, los seis meses de este último encuentro, Ernesto ya había
sido liberado de su claustro y se había convertido en principal asesor de Omar
I en el Consejo de Guerra del Imperio dorado, y además en el principal auditor
de las Escuelas Militares de las diferentes regiones de Alendria.
El Consejo
de Guerra no estaba de acuerdo que el asesino de Joseph II sea la mano derecha
de Omar pero la aplicación de las eficaces ideas de Ernesto habían ganando
terreno y le daba confianza. Cada región del imperio Dorado tuvo su propio
ejército profesional de soldados compuesto por jóvenes criados en las mismas
regiones de donde provenían, lo que hacía que fueran soldados adaptados de
mejor manera para pelear. Así mismo, cada región fue estudiada por Ernesto para
poder crear y fortalecer de la mejor manera a cada brazo del ejército del
imperio. Además, cuando fueron debidamente fortalecidos los ejércitos, Ernesto
se encargo de nombrar un persona de su confianza para mantener el
funcionamiento adecuado de la estructura militar de toda Alendria. En dos años,
Ernesto pasó de ser el prisionero y asesino de Joseph II a ser el hombre más
fuerte y con más vinculaciones dentro de la estructura militar del imperio.
En una
tarde en el claro de un bosque muy cercano a Banghalah, Ernesto y Omar junto a
otros Generales Regionales participaban de una cacería de venados. En medio del
banquete donde se asaba la carne de los animales faenado de la caza, Omar
propuso un brindis en nombre de Ernesto y hablaba de que “sin sus ideas
revolucionarias en ámbito de la guerra, Alendria no habría nunca habría
recuperado y mantenido su esplendor”. Luego de los elogios, propuso que Ernesto
dijera unas palabras:
-“Todos
morimos, algunos tienen menos tiempo para poder estar entre nosotros, otros
tienen más tiempo para poder ser disfrutados y acompañados. Quién no ha de
morir jamás es quien será recordado por sus logros…” hablaba Ernesto mientras
caminaba alrededor del mesón improvisado. “Mientras alguien recuerde las
hazañas, uno puede ser recordado en el mito, por más que el cuerpo se pudra en
la tierra colorada. Alendria perecerá hoy…” vaticinó Ernesto con mucha
seguridad y firmeza mientras que Omar saltaba de su banquillo y miraba a su
orador como pidiendo explicación de sus palabras.
-“Tranquilo
Omar, todos te van a recordar como el emperador que dio paso a una nueva forma
de mando. Una donde cada región dependerá de la región de al lado con
compromiso de palabra y no bajo el yugo del estandarte Dorado de Alendria… un
modo en donde cada región se vuelve una nación diferente, hermanada bajo la
sangre derramada en común bajo nuestros pies…”
Mientras
Ernesto proseguía con su discurso, dos generales se levantaron bruscamente y atajaban
a Omar que quería a su vez arremeter con su espada a Ernesto. Luego de un
forcejeo, estos generales lograron atar al Emperador a una pica cercana a la
mesa, la misma donde se había desviserado al venado que estaban comiendo tras
la casería. Y como el Omar no dejaba de gritar, le colocaron un trapo en la
boca para amordazarlo.
-“Te
lo había dicho en su momento Omar, yo fui elegido para asesinar a tu padre y
fue parte de un plan orquestado, no solo para eliminarlo a él sino también para
terminar con toda la Realeza. Tu embarcación no se deshizo solo por el golpe de
la catapulta en aquel entrenamiento… yo fui quién aflojó las ataduras de los
maderos. Te había comentado que debía salvarte, ¡claro que tuve que hacerlo! Era
parte del plan poder acercarme lo suficiente a tu padre para cumplir con el
mandato de mi pueblo… para terminar con la vida de Joseph y acabar con el
legado de Alendria…”
Omar
miraba amordazado y maniatado el monologo con los ojos sumamente abiertos y sus
pupilas enfocadas directamente a su orador. Su mirada asechaba por donde quiera
que Ernesto se movía, los ojos era lo único que podía mover. Por más que lo
intentaba con cada forcejeo, no podía deshacer las ataduras.
Ernesto
fue explicando una a uno cada punto cómo fue el plan para poder ganarse su
confianza y para poder llegar al lugar y ejercer su potestad como lo había hecho
en silencio hasta ese día.
Continúo
con su discurso, pero esta vez, de lo que iba a suceder con Alendria a partir de
aquel momento:
-“Omar,
tus ojos no verán la caída del imperio, pero ten la certeza que desde hoy,
Alendria caerá. Cada región será independiente del poder Dorado, ya que a costa
de tu sangre, dejarás un decreto donde ordenaras el deceso del Imperio de Alendria…”;
mientras relataba estas palabras, uno de los Generales le quitó el anillo con
el Sello Real a Omar y bañándolo de cebo lo afirmó al pie del decreto. Ernesto
dio la orden de que el mismo decreto fuera difundido por todo el territorio y
dio la orden, a su vez, que todas las milicias regionales quedaban a
disposición de los nuevos territorios, ahora independientes.
Por
último, Ernesto se paró de frente a Omar y desenvainó su daga con la que degolló
a su emperador. Se hincó de rodillas honrando la figura de Su Majestad, que
poco a poco se desangraba con cada latido.
Los
últimos parpadeos de Omar le permitieron ver al mensajero que corría a lo lejos
en su caballo llevando la noticia de la caída de su imperio, y a su vez a
Ernesto y sus Generales arrodillados a sus pies ofreciéndole reverencia. El
anillo con el Sello Real volvió al dedo de un difunto Omar. Alendria cayó como
había sentenciado Ernesto. Las nuevas Naciones que surgieron fueron prósperas y
convivieron en paz con sus vecinos bárbaros por muchos años. Ernesto vivió
algunos años más para terminar de darle forma y fortaleza a los acuerdos de
solidaridad propuestos por cada una de las Regiones del ex Imperio Dorado, y a
pesar de su deceso, aún se lo recuerda por su valentía como “el hombre que no
ha de morir jamás”.
28/10/2018