sábado, 22 de diciembre de 2018

Noche

Que suceda esta noche...
que corra lenta y peligrosa la tentación
que se eleve despacio en una eternidad.

Por más que el alba se asome...

quiero que me asaltes en madrugada
quiero que me robes los sueños y los deseos.

Te prometo no escapar...

y aunque intente algún forcejeo
por tus manos quiero dejarme llevar.


Que suceda sin dolor...
que tus manos absorban mi tiempo
y queden sólo hojas al viento.

Que suceda esta noche...

no me angustia convertirme en polvo
quiero que deje de abrazarme esta soledad.

11/05/2004

sábado, 15 de diciembre de 2018

Elementos

Qué son los elementos sino nosotros mismos
qué somos nosotros sino lo que creemos ser
qué es lo que creemos sino lo que nos dicen que somos:
no somos más que un puñado de segundos.

Qué tiempo tenemos más que la eternidad
qué eternidad disponemos más que un fragmento de ella
qué fragmento deseamos conseguir
que ni el lenguaje mismo nos permite pronunciar.

Qué poder pronunciar sin evocar esos mismos deseos
de perdernos en los pedazos del tiempo infinito
para que más no sea felicidad poder evocar
en una palabra que no exista más que para nosotros.

Qué elemento nos puede cobijar...
ni fuego, tierra, agua ni el mismísimo aire
qué lugar o espacio puede abarcarnos
en este deseo finamente enmudecido.

Qué son los elementos sino nosotros mismos
conjugados en acciones de tiempo
en deseos interminables de palabras
de significados olvidados en un mismo instante.

15/12/2018

sábado, 8 de diciembre de 2018

Quisiera (III)


Quisiera que las cosas no fueran así...
quiera que todo no fuera lo que es...
quiera poder cambiar detalles...
quisiera que pudiéramos hablar de "lo nuestro".

Quisiera contar contigo...
quisiera saber que aun me sientes...
quisiera creer que me piensas...
quisiera saber si me olvidas.

Quisiera sentirme vivo
entre tanta incertidumbre.
Quisiera tener más certezas
entre todas mis turbulencias.

Quisiera tener el valor para hablar,
quisiera desatarme...
quisiera aprender a escuchar
quisiera poder entender.

Quisiera dejarme caer...
quisiera no sostener más;
quisiera abrir un nuevo camino
quisiera que lo camines conmigo.

02/12/2001

domingo, 4 de noviembre de 2018

El Rey debía morir…


Banghalah había sido desde sus orígenes un pueblo de familias campesinas y pesqueras. Era un pueblo de posta, es decir que era una tierra de paso. Dueña de un golfo con playas preciosas y un puerto pesquero muy importante en la zona y llanuras  no tan bastas de extensión, pero que servían para cultivo y abastecimiento del mismo pueblo. Si bien no pertenecía a nación alguna, se encontraba situada geográficamente en medio de la disputa de un gran imperio por avanzar hacia una salida al mar.

El joven Rey Joseph II, Señor del imperio de Alandria, se apoderó de Banghalah tras algunos meses de enfrentamiento, ya que la Cuidad Puerto, como también se la conocía, no poseía gran fuerza militar y cayó rendida ante apenas un arsenal de soldados dorados, nombre con el que se hizo conocido el gran capital bélico del imperio.
Desde allí Banghalah continuó siendo ciudad de paso pero ya bajo la bandera de Alendria y soportando el yugo del Rey, el cual le exigía a sus nuevos integrantes del imperio, fuertes sumas de impuestos en metales preciosos y de alimentos para abastecer a sus enormes ejércitos. Si bien la ciudad puerto no tuvo nunca gran densidad de población, los jóvenes sin importar sexo, debían alistarse al ejercito dorado. Además, por estar situada cerca de un puerto, en las mismas tierras de Banghalah, por orden del mismísimo emperador, se asentó una dotación de infantería regional del ejército dorado, otra dotación encargada de naval y finalmente una de municiones y administración de alimentos.

Con el paso del tiempo, de ser una tierra muy tranquila se transformó en un punto estratégico del imperio; un lugar donde se desataron varios enfrentamientos son otras naciones vecinas que también pretendían adueñarse de la cuidad con todas sus nuevas virtudes militares. La negrura de la tierra de Banghala se tiñó de rojo debió a la cantidad de sangre derramada debido a las guerras en la que fue protagonista desde que la bandera del imperio empezó a flamear en su puerto.

Llegaban a Banghalah jóvenes de todas las direcciones cardinales de Alendria para empezar su entrenamiento. Los dos primeros años de la escuela militar eran comunes para todos los conscriptos: entrenaban el físico, se enseñabas y se practicaban tácticas de enfrentamiento, adiestramiento en diferentes armas y se ponía especial énfasis en la instrucción cívica orientada al Imperio de Alendria.

Omar era hijo del emperador y heredero al trono, era un joven que no tenía un gran porte físico. Era más bien introvertido e ingenuo, tal vez demasiado para venir de la familia real. En uno de los entrenamientos en la playa, su embarcación de práctica fue alcanzada por una munición de piedra arrojada por una catapulta desde las arenas de la playa; tanto Omar como sus dos tripulantes quedaron inconscientes y flotando a la deriva sobre la marea, que a su vez, la corriente del agua los iba arrastrando mar adentro. De una de las embarcaciones rivales de entrenamiento, saltó un soldado al rescate a puro esfuerzo de nado, pues las olas estaban picadas por el mal clima. Ernesto, el mejor aspirante de la promoción, pudo rescatar solamente a Omar llevándolo a su embarcación de práctica, pero no pudieron hacer nada con los otros tripulantes ya que habían sido literalmente tragados por el agua. Al enterarse el emperador de la hazaña de Ernesto por su hijo, fue invitado a una cena privada en agradecimiento.

Ernesto era desafiante y fornido, un genio en estrategia militar en comparación con sus compañeros de escuadrón, de entre los cuales se encontraba también Omar. Luego de la cena, el Joseph II le invitó a dar un paseo por las galerías del palacio real. En un momento donde el Rey bajo su guardia, Ernesto la acertó eficazmente una daga en el centro del pecho. A medida que el cuerpo del gran Emperador Dorado se desplomaba sobre los majestuosos mármoles del piso de la galería principal, la corona estallaba estrepitosamente por el suelo, alertando a los guardias que caminaban por delante de ellos con Omar, a unos cincuenta metros de distancia.

En lo que los guardias le propinaban una gran golpiza a Ernesto, Omar dio la orden a los gritos de que no lo mataran, pues él le debía su vida y ahora también le debía la herencia de ser el nuevo emperador de Alendria. Ernesto fue apresado en la mazmorra y no fue visitado por el Omar hasta que finalizaron los diez días de duelo por la muerte de un estandarte real.

La celda de Ernesto era fuertemente custodiada por guardias privados de la realeza. A la hora del almuerzo del onceavo día del asesinato de Joseph II, el nuevo emperador Omar I, se presentó en la celda del asesino del emperador. Ante semejante presencia, Ernesto dejó de lado la comida e inmediatamente se arrodilló ante su ex compañero.

-“Es peligroso para usted mi señor… el verdugo de su padre no merece semejante visita…” le saludo Ernesto en completa sumisión.

-“Tú no solo me has salvado la vida, sino también la has cambiado por completo”, le dijo el nuevo emperador. “Sin embargo, dime tú si debo llamarte asesino, si debo llamarte salvador, si debo nombrarte como compañero… ¿dime cómo debo de nombrarte?” preguntó Omar. Ernesto quedo en silencio y sin emitir respuesta permaneció con el semblante pegado al suelo. “Dime algo que pueda acallar a mis pensamientos con respecto a lo sucedido… dime si debo condenarte o enaltecerte…” replico el emperador.
Ernesto le contestó que lo acontecido iba más allá del propio entendimiento del nuevo emperador. A lo que Omar muy enojado le respondió: “tendrás todo el tiempo que necesites para explicármelo, para que tu nuevo Rey pueda entender… pues no tendrás compasión de mi parte. Además, no tendrás el beneficio de una muerte rápida, hasta que tu Rey quede satisfecho con tus argumentos y explicaciones… no vas a morir”. Omar dio media vuelta y se retiró con sus guardias. Desde el asesinato a su padre, el nuevo Rey había solicitado redoblar el número de guardias personales por temor a nuevos ataques a la investidura Real. A partir de aquel encuentro, Omar fue a visitar a Ernesto todos los días a la hora del almuerzo con un único y recurrente interrogante, sin embargo Su Alteza no tenía respuesta alguna por parte del prisionero.

Un día, Omar comenzó su interrogatorio con una pregunta diferente, le preguntó por su familia, si es que tenía a alguien en algún lugar que le estuviera esperando. Por primera vez en muchas visitas, Ernesto levantando la mirada del suelo, con un ademán con la cabeza le contestó afirmativamente.

-¿De dónde eres? ¿Dónde naciste Ernesto? preguntó Omar.

-Nací en Banghalah mi Señor, del mismo lugar donde nos conocimos usted y yo. El mismo puerto que me vio crecer… el mismo puerto que me vio salvarle la vida. Le contestó.

-¿Por qué me has salvado, Ernesto?

-Era propicio hacerlo mi Señor. No podía dejar que usted muriera en la mar.

-Pero no te fue impedido arrebatarle la vida a mi padre… le replicó Omar

-Su padre debía morir mi Señor… le contestó Ernesto.

Prosiguió su relato hablando de las desgracias que había sufrido su tierra desde la conquista propiciada por Imperio Dorado. Que él había sido elegido de un selecto grupo de jóvenes por parte de los jefes de su pueblo para llevar a cabo el asesinato del Rey y que debió, por lo tanto, cumplir con este mandato por el honor que se le había impuesto; que su destino había sido signado a ser el vengador de Banghalah.

La noticia de la ascensión al trono de Omar había circulado rápidamente no solo a lo largo y a lo ancho del imperio, sino también se habían hecho eco de la noticia las naciones vecinas con las que Joseph II había mantenido constantes enfrentamientos. El padre de Omar había tenido un mandato fuerte, en cambio el nuevo Rey, no había podido consolidar su voz de mando ante los diferentes Generales regionales, y querer asemejarse a su padre, empezó a tomar decisiones apresuradas y caprichosas como enviar menos dotaciones de soldados al Norte, por ejemplo, donde la guardia de frontera era constantemente puesta a prueba en enfrentamientos por parte de la  milicia rebelde; también había reducido el envío de provisiones a los asentamientos militares del Oeste, sin tener en cuenta que era una zona azotada por un clima muy frio, por lo que sus tropas no disponían de los recursos necesarios para poder alimentarse y abrigarse mientras que a su vez iban cediendo terreno en los enfrentamientos con sus vecinos. Y por último, Banghalah no habia sido reabastecida con lo materiales necesarios para los entrenamientos de las tropas, por lo que los soldados eran trasladados a los diferentes enfrentamientos con muy baja experiencia, lo que hace que las fuerzas perdieran capacidad de respuestas y fueran vencidas con menos esfuerzos. Además, las conversaciones con Ernesto, no tenían las respuestas que Omar buscaba por lo que sumaba una frustración adicional a la presión que tenía en su corta historia como emperador.

Una tarde, Omar visitó como de costumbre a Ernesto, pero esta vez la presencia real denotaba gran nerviosismo. Sin mediar saludo alguno, Omar mismo empezó a hablar la situación del imperio en el Norte. Ernesto le interrumpió el monologo de su alteza replicando:

-“La región del norte es muy delicada, pues el ejercito de Los Montañeses (como se los llamaba a los vecinos en constante conflicto) son muy fuertes y tienen muy buenos arqueros…”, el Rey le miraba con particular atención, como tomando nota de cada palabra que emanaba de la boca de Ernesto que continuó diciendo: “primero reducen a los ejércitos con sus arqueros, sus catapultas son de largo alcance y llegan a penetrar de lejos la defensa del ejercito Dorado, por lo que sería necesario no solo enviar un gran ejercito sino también a los mejores soldados, con escudos resistentes y más grandes que pudieran cubrir mejor el cuerpo. Además, debería enviar las provisiones necesarias para el número de soldados y voluntarios que se encuentran en el fuerte. Creo, si usted me lo permite (dijo con gran seguridad y atrevimiento) que debería empoderar el Fuerte Dorado del  Norte, no solo con dicho ejército fuerte sino también con materiales que sirvan para su entrenamiento y desarrollo, de esa manera usted se ahorraría de enviar más soldados teniendo la fuerza de generarlos allí mismo, con lugareños que estén acostumbrados al clima…”

Sin poder terminar su reflexión el Rey se levantó, le miró con desprecio y arrogancia y se retiró de la mazmorra. Desde éste último encuentro, Ernesto dejó de recibir la visita de Omar. Sin embargo, los guardias con los que se había hecho de cierta afinidad, le habían comentado que se habían implementado sus ideas al Norte de Alendria y que ya se habían dado pequeños avances fundamentales para mantener la frontera controlada.
Luego de casi un año, el Rey Omar volvió a visitar a Ernesto en su prisión quién trató de no mostrarse sorprendido. Omar empezó reconociendo que las ideas de su ex compañero, y otros aportes del consejo de guerra, había ayudado en gran medida para contener y replegar a Los Montañeses del Norte. Sin embargo, le comentó también que Alendria iba perdiendo cada vez más terreno en el Oeste con el ejército del Tigre Blanco (nombre con el que se le conocía a la milicia occidental con la que se enfrentaba el Imperio) y le concedió un trato:

-“Dime tu, Ernesto, qué medidas tomarías para que el imperio retome su potestad en las tierras del Oeste y tendrás la posibilidad no solamente de ser liberado sino también de convertirte en uno de mis asesores en el Consejo de Guerra…”

Ernesto permaneció un instante en silencio y luego, sin dar contexto alguno, comenzó su discurso de una manera muy parecida a aquella vez hace un año. Comenzó elogiando las fortalezas de su enemigo: “el ejército Tigre Blanco está compuesto de soldados muy ágiles, aquí la fortaleza está en hacerse amigo del frío, pues ellos no lo sienten. Entonces los soldados propicios para el enfrentamiento con ellos no son los más fuertes como el ejercito Dorado del Norte, sino deberán ser delgado, ágiles con la lanza y veloces con la espada; deben estar bien equipados de abrigo y que este sea de color claro para que se pueda camuflar con la tundra; los escudos deben ser más bien pequeños para que le ayuden al movimiento cuerpo a cuerpo del soldado con más rapidez, también ayudaría a ahorrar energía solo para el combarte”. Continuó hablándole a Omar dirigiéndose directamente a él: “debería usted enviar más provisiones y también, al igual que al Norte, debería crear una escuela militar en el mismo lugar para empoderar a las milicias regionales, para que los jóvenes y milicias de la región se conviertan en un verdadero ejército profesional de combate en clima ostil, como el frio…”. Como aquella vez, el Rey de Alendria se retiró con sobervia sin mediar palaba o saludo. Sin embargo, y como había dado resultado todo lo que Ernesto había recomendado, los seis meses de este último encuentro, Ernesto ya había sido liberado de su claustro y se había convertido en principal asesor de Omar I en el Consejo de Guerra del Imperio dorado, y además en el principal auditor de las Escuelas Militares de las diferentes regiones de Alendria.

El Consejo de Guerra no estaba de acuerdo que el asesino de Joseph II sea la mano derecha de Omar pero la aplicación de las eficaces ideas de Ernesto habían ganando terreno y le daba confianza. Cada región del imperio Dorado tuvo su propio ejército profesional de soldados compuesto por jóvenes criados en las mismas regiones de donde provenían, lo que hacía que fueran soldados adaptados de mejor manera para pelear. Así mismo, cada región fue estudiada por Ernesto para poder crear y fortalecer de la mejor manera a cada brazo del ejército del imperio. Además, cuando fueron debidamente fortalecidos los ejércitos, Ernesto se encargo de nombrar un persona de su confianza para mantener el funcionamiento adecuado de la estructura militar de toda Alendria. En dos años, Ernesto pasó de ser el prisionero y asesino de Joseph II a ser el hombre más fuerte y con más vinculaciones dentro de la estructura militar del imperio.

En una tarde en el claro de un bosque muy cercano a Banghalah, Ernesto y Omar junto a otros Generales Regionales participaban de una cacería de venados. En medio del banquete donde se asaba la carne de los animales faenado de la caza, Omar propuso un brindis en nombre de Ernesto y hablaba de que “sin sus ideas revolucionarias en ámbito de la guerra, Alendria no habría nunca habría recuperado y mantenido su esplendor”. Luego de los elogios, propuso que Ernesto dijera unas palabras:

-“Todos morimos, algunos tienen menos tiempo para poder estar entre nosotros, otros tienen más tiempo para poder ser disfrutados y acompañados. Quién no ha de morir jamás es quien será recordado por sus logros…” hablaba Ernesto mientras caminaba alrededor del mesón improvisado. “Mientras alguien recuerde las hazañas, uno puede ser recordado en el mito, por más que el cuerpo se pudra en la tierra colorada. Alendria perecerá hoy…” vaticinó Ernesto con mucha seguridad y firmeza mientras que Omar saltaba de su banquillo y miraba a su orador como pidiendo explicación de sus palabras.

-“Tranquilo Omar, todos te van a recordar como el emperador que dio paso a una nueva forma de mando. Una donde cada región dependerá de la región de al lado con compromiso de palabra y no bajo el yugo del estandarte Dorado de Alendria… un modo en donde cada región se vuelve una nación diferente, hermanada bajo la sangre derramada en común bajo nuestros pies…”

Mientras Ernesto proseguía con su discurso, dos generales se levantaron bruscamente y atajaban a Omar que quería a su vez arremeter con su espada a Ernesto. Luego de un forcejeo, estos generales lograron atar al Emperador a una pica cercana a la mesa, la misma donde se había desviserado al venado que estaban comiendo tras la casería. Y como el Omar no dejaba de gritar, le colocaron un trapo en la boca para amordazarlo.

-“Te lo había dicho en su momento Omar, yo fui elegido para asesinar a tu padre y fue parte de un plan orquestado, no solo para eliminarlo a él sino también para terminar con toda la Realeza. Tu embarcación no se deshizo solo por el golpe de la catapulta en aquel entrenamiento… yo fui quién aflojó las ataduras de los maderos. Te había comentado que debía salvarte, ¡claro que tuve que hacerlo! Era parte del plan poder acercarme lo suficiente a tu padre para cumplir con el mandato de mi pueblo… para terminar con la vida de Joseph y acabar con el legado de Alendria…”

Omar miraba amordazado y maniatado el monologo con los ojos sumamente abiertos y sus pupilas enfocadas directamente a su orador. Su mirada asechaba por donde quiera que Ernesto se movía, los ojos era lo único que podía mover. Por más que lo intentaba con cada forcejeo, no podía deshacer las ataduras.

Ernesto fue explicando una a uno cada punto cómo fue el plan para poder ganarse su confianza y para poder llegar al lugar y ejercer su potestad como lo había hecho en silencio hasta ese día.

Continúo con su discurso, pero esta vez, de lo que iba a suceder con Alendria a partir de aquel momento:

-“Omar, tus ojos no verán la caída del imperio, pero ten la certeza que desde hoy, Alendria caerá. Cada región será independiente del poder Dorado, ya que a costa de tu sangre, dejarás un decreto donde ordenaras el deceso del Imperio de Alendria…”; mientras relataba estas palabras, uno de los Generales le quitó el anillo con el Sello Real a Omar y bañándolo de cebo lo afirmó al pie del decreto. Ernesto dio la orden de que el mismo decreto fuera difundido por todo el territorio y dio la orden, a su vez, que todas las milicias regionales quedaban a disposición de los nuevos territorios, ahora independientes.

Por último, Ernesto se paró de frente a Omar y desenvainó su daga con la que degolló a su emperador. Se hincó de rodillas honrando la figura de Su Majestad, que poco a poco se desangraba con cada latido.

Los últimos parpadeos de Omar le permitieron ver al mensajero que corría a lo lejos en su caballo llevando la noticia de la caída de su imperio, y a su vez a Ernesto y sus Generales arrodillados a sus pies ofreciéndole reverencia. El anillo con el Sello Real volvió al dedo de un difunto Omar. Alendria cayó como había sentenciado Ernesto. Las nuevas Naciones que surgieron fueron prósperas y convivieron en paz con sus vecinos bárbaros por muchos años. Ernesto vivió algunos años más para terminar de darle forma y fortaleza a los acuerdos de solidaridad propuestos por cada una de las Regiones del ex Imperio Dorado, y a pesar de su deceso, aún se lo recuerda por su valentía como “el hombre que no ha de morir jamás”.

28/10/2018

sábado, 20 de octubre de 2018

Creador de universos


Era necesario escapar. No había lugar en casa porque éramos siete hermanos y yo particularmente el del medio. Tenía un par de años de diferencia con mis hermanos mayores y no entendía lo que hacían por lo que no compartía mucho con ellos. Y estaba algo más crecido para andar jugando con los más chicos, por lo que no terminaba de adaptarme tampoco a mis hermanos menores. Por supuesto que había poco espacio en el hogar como para poder pensar con claridad o poder esparcirme con tranquilidad, por lo que me encontraba en la búsqueda constante de un lugar, mi lugar en el mundo. Entonces, la esquina era mi refugio donde lograba divagar en paz; pues podía pararme de frente al universo minúsculo de la cuidad, reducido al cruces de las calles Gral. Lamadrid y Bernabé Araoz. Me sentaba en el cordón y contemplaba lo abstracto y lo cotidiano de esa esquina, los autos avanzar y los vecinos ir y venir. En esa esquina me escapaba del tiempo y de mi familia y le gritaba a mi cabeza “¡Silencio!” y dejaba fluir de a poco las palabras y la imaginación, creando nuevos universos como si fueran sueños dentro de un gran sueño; donde mis deseos, curiosidades e ideas juveniles se podían expandir y ver de frente y contemplar para luego seguir creando otros pequeños universos.

de Google Street View
Solía huir en mi bicicleta de carrera, era pequeña de esas que tienen el manubrio raro con forma de cuernos doblados. Era de color roja y bastante ligera, tanto que en su andar me adaptaba con rapidez a la forma del viento de las tardes como si de repente despegara del suelo para llegar al espacio. Corría carreras imaginarias con los autos que circulaban pasivos por la calle, mientras que yo iba a toda fuerza tomando velocidad por la vereda  imaginando que dejaba una estela de estrellas en mí paso. Era mágico. Era como soñar en despierto esas cosas. Cuando sentía cansancio volvía a mi esquina para continuar divagando nuevas historias. Era esa esquina, de las calles Lamadrid y Bernabé, como acostumbrábamos a llamarla los vecinos de manera más resumida, y no otra esquina pues por allí también había una vía por la que pasaba el tren, lo que la hacía aún más especial para mí. El tren de carga siempre fue puntual, pasaba a las dos de la tarde, y a la siesta no corría más nada que la inmensa y pesada formación y mi bicicleta.

Por aquellas tardes, tenía 13, 14 o 15 años más o menos, era un flaco alto en comparación con mis compañeros o amigos de la cuadra, tenía un andar torpe según recuerdo, me costaba llevar adelante mi cuerpo pues me sentía desproporcionado. Siempre me afectó el calor, inclusive hoy en día, pero en aquellas tardes para no sofocarme tanto me sentaba bajo un árbol de mora que estaba en la esquina del paso del a nivel, púes bajo esa morera había hecho mí lugar en el mundo, ese que tanto me costaba encontrar dentro de casa. Es allí donde mis historias comenzaban, si bien no sabía dónde iban a terminar o cómo iban a seguir, sabía muy bien que sentado en esa esquina bajo la morera seguro iban a empezar.

Con el tiempo, empecé a cargar un cuaderno de tapa dura y un lápiz, luego pase a una lapicera ya que con el roce del movimiento de las hojas del cuaderno la tinta no se desvanecía como las marcas del grafito del lápiz. Entonces comenzaba a plasmar en la hoja aquellos universos que primeramente divagaba. Comenzaba a escribirlos y releerlos, a corregirlos y a entender su funcionamiento, a imponerle condiciones y formas. Cualquier idea era buena y disparaba la acción de escribir. Me inspiraba primero en mis desamores y  creaba universos paralelos donde replicaba mis propias historias y experiencias a modo de un sinfín tácito; imaginaba que los personajes llegaban a estar juntos a modo de escapar a mi propia suerte en los amores, aunque sea en las ficciones. Imaginaba, también, a bestias que querían salir de los cuerpos de las personas como metáforas de los cambios orgánicos y hormonales que iba sufriendo. Imaginaba y redactaba también mis propias curiosidades respecto al sexo a modo de cable a tierra, pues no podía jactarme de una “experiencia” que no tenía y, además, el papel siempre me tuvo más paciencia que las personas, por lo que terminaba siendo más retraído en este tema como en cualquier otro en el momento de querer consultarlo, por lo que a la larga era mejor imaginarlos y escribirlos.

Entonces, diferentes ideas iban y venían y volaban trayendo a otras ideas encadenadas consigo. El problema se me presentaba cuando la temática imaginada se me presentaba como tabú, pues para esos años mozos mi credo católico no me permitía tener tantas libertades para poder plasmar por escrito algunas ideas que me daban pudor. El amor sexual que se despertaba, mi cuerpo cambiando y madurando, mi mirada sobre las mujeres que iba al mismo tiempo cambiando a medida que la curiosidad iba creciendo, que me llamaba la atención mirar una blusa entreabierta o un bretel de corpiño más que una sonrisa de quien tenía en frente… empezaba a sopesar en consecuencia una cuestión más erótica que infantil. Con el tiempo esas ideas restrictivas fueron cada vez perdiendo terreno a la vez que pudor; y cada vez creciendo más la posibilidad de poder escribirlas en el papel tal cual eran, a veces de una forma metafórica otras veces de forma poética, pero escribiéndolas a final de cuentas, haciendo que esas ideas sean protagonistas más que los personajes, o personificándolas en un universo propio.

Esa esquina fue mi refugio en el mundo. Era extraño y hasta se podría decir paradójico, pensar que en una esquina siendo tan visible llegara a ser una guarida para mí y para mis universos. Pues sí lo era; era un refugio para mis ideas y mis sentimientos. La fragilidad de los universos que creaba en mi imaginación tomaban fortaleza a diario en la medida que los registraba en mis apuntes de aquel cuaderno tapa dura, y en la medida que iba creando universos mi satisfacción crecía a modo de desahogo en cada uno de ellos.

Con el tiempo fui dejando de lado a esa esquina y la bicicleta también. Perduran todavía los pequeños universos que fui construyendo. A medida que otros los hayan leído, los recuerden o los reconstruyan, seguirán existiendo. Mientras tanto yo iré siendo olvidado o creado por otra imaginación hasta volver a desaparecer en el olvido que es en definitiva el destino inevitable del creador de universos.

14/10/2018

martes, 25 de septiembre de 2018

Ir y venir…


 “No todo lo que brilló alguna vez volverá a brillar…” (Nada Salvaje – Eruca Sativa)

Tenía dolores de cabeza recurrentes y ya me había realizado varios estudios médicos por ello; todos con el mismo resultado: no tenía nada. Mi médico de cabecera era mi mejor amigo, un hermano que elegí de toda la vida. Las consultas en su consultorio eran mucho más distendidas: había música de rock alternativo de fondo, charlas amenas de su familia o consultas sombre mi estado de soltería; y, entre chiste y chiste, me recomendaba dos cosas, primero que me tranquilice para no dejar que el estrés me ganara en la batalla diaria; y segundo, que si no funcionaba pensara en ir a un psicólogo, por lo que entre sonrisas jocosas respondía que prefería unas cervezas con mi amigo, guiño de ojo en medio.

En una de esas juntadas con mi compadre y doctor, me salió con una frase que no solo me hizo reflexionar, sino también hizo que me pasara la migraña de inmediato. Me dijo que había leído una frase en algún libro pero que no recordaba cuál: “los dolores de cabezas son la manifestación de los amores reprimidos”. Luego de escuchar la frase, una sola imagen vino a visitarme en forma de recuerdo: una tarde extremadamente calurosa donde me había corrido la vida para visitar en su casa a Ana y decirle “vine hasta aquí para decirte que estoy loco por vos”; y entre agitación y exaltación le dije también “vine para decirte que estoy enamorado de vos”.

Teníamos quince años por entonces, pronto a cumplir dieciséis los dos, éramos del mismo meses, ella mayor por unos días. Desde aquella tarde y por diez años no nos separamos. Después, cambiaron los objetivos de cada uno; cabíamos nosotros mismos y crecimos y, a su vez, nos dimos cuenta de que no podíamos continuar. Luego, a los pocos meses de separarnos volvimos a estar juntos pero por cuestiones de su salud; cuestiones que Ana no pudo superar.

La frase de “(…) los amores reprimidos” hizo que cayeran por el piso todas y cada una de mis mascaras y luego de un instante de lapsus, Alberto continuó diciendo que ya era hora de cerrar el círculo y otras frases de autoayuda que luego se las devolví con ironía y risas encubiertas, envueltas en un brindis forzado con nuestros chops de cerveza, bebiendo un gran trago largo para pasar la amargura del momento incomodo.

Con Ana nos amábamos frenéticamente, incluso en sus horas finales. Nos amábamos sin mirarnos, nos amábamos con palabras y en el silencio, con solo nuestra presencia. Nos amábamos libremente, dejando que el otro sea tal cual es, algo que era lo bastante difícil. Aunque pareciera utópico.

Ya era de madrugada cuando llegué a casa. Sin acostarme, algo me inquietaba. Busque una caja donde guardaba sus cenizas, pues si bien Ana siempre decía que quería ser cremada, aún faltaba cumplir con su último deseo. Tomé el pequeño cofre que la contenía, una mochila con una muda de ropa y el equipo de mate, lo que tuviera en la billetera y apagando  el celular para evitar que me molestaran, salí con dirección a la terminal de ómnibus.

En un viaje que tuvimos de vacaciones a la Costa, Ana había mencionado que cuando muriera quería que sus cenizas fueran esparcidas en aquella playa. Así que sin pensarlo demasiado compre un boleto en el primer micro que saliera rumbo a Miramar.

El viaje fue largo, las primeras horas no las sentí, pues todavía me encontraba con algún efecto de las cervezas, lo que hizo que durmiera un largo rato. Pero más tarde, no encontraba posición en el asiento. Además, el micro paraba en cada pueblo en su paso lo que agravó el tedio viaje.

Al transcurrir casi veinte horas de viaje el colectivo lograba llegar a su destino. En todo ese tiempo recordaba distintos momentos que habíamos vivido juntos con Ana, en particular aquellas vacaciones en Miramar. La nostalgia me invadía a cada paso. Recordaba que le hacía cosquillas con mi aliento cuando intentaba despertarla cuando habíamos llegado aquella vez; que chapoteábamos con las olas del mar en nuestros paseos; recordaba que no nos perdíamos ningún ocaso durante las tardes. Recordaba también que fueron los últimos años en que reía de verdad. Esa tarde en mi regreso solitario, una mueca prácticamente inconsciente me invadía y se colaba entre mis labios como haciendo remembranza de aquellas sonrisas guardadas en mi memoria.

No me refugié en ningún hotel. El objetivo era claro, había llegado a la playa justo al atardecer. El termo lleno de agua caliente, arremangado el pantalón y con el calzado en mano me dispuse a acompañar a Ana en su último paseo.

A la hora donde el agua turquesa del mar se enfriaba en su totalidad, donde el sol casi desaparece hundido en el horizonte… me senté en la arena y dejé que las olas besaran de a poco mis pies. Coloqué la caja con las cenizas de Ana en la arena y mientras que me cebaba unos mates miraba con mis ojos encapotados coma Ana jugaba al “ir y venir” con la marea creciente. Cada vez era más ir y menos venir y en ese “ir y venir” se me escapaban unas lágrimas que agregaban sal al mar. Y, en una de esas, fue tanto su “ir” que Ana ya no volvió más.

19/09/2018

sábado, 8 de septiembre de 2018

Lamento

Corazón envuelto en espinas
ignorado por la incomprensión,
destrozado por la indiferencia
y golpeado por el dolor.

Sentimientos que pesan en la cara
y que por dentro se desarman;
mata el lamento...
llora los desencuentros.

"Nunca es tarde..." se convence;
pese al esfuerzo
quiere sacarle una sonrisa,
se desvanece en un intento.

No duele tanto el silencio,
es más hondo el recuerdo;
no está en juego lo distinto,
lo que hay en común es el lamento.

22/05/2002

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Presente


Mi ideas destruidas,
mi brújula indecisa y
mi piel llena de recuerdos.

Mi boca repitiendo tu nombre,
enmudeciendo en cada suspiro,
y mis ganas de vos a cada aliento.

Me pregunto: cómo seguir,
dónde estás, qué puedo hacer…
vuelvo al origen: ¿cómo seguir?

Pena, desaliento, desvanecimiento,
cansancio, hartazgo
y nuevamente desaliento.

Muevo piezas, abro la cancha,
busco nuevas ideas, lo logro y
vuelvo a caer en tus recuerdos.

Un pie acá, otro allá…
en el medio una abismo
y el presente: la soledad.

26/08/2012