Emma era de las alumnas más lindas de la
promoción; había sido elegida “Reina de los Estudiantes” en reiteradas
ocasiones y era la más pretendida de escuela. Álvaro, en cambio, era un
estudiante más bien introvertido, nadie sabía mucho de él, solo lo suficiente:
era un pibe medianamente estudioso, no estaba eximido en todas sus materias,
pero tenía un buen promedio; era bueno para los deportes colectivos a pesar que
no tenía un físico muy atlético; los profesores decían que era vago, pero no
era exactamente lo que sucedía con él, pues, era bastante inteligente y le
costaba poco estudiar, punto que le favorecía para estudiar en poco tiempo lo
que al resto nos llevaba algo más de esmero, básicamente, no le costaba
entender; era un pibe dócil y servicial; era poco gracioso, más bien tenía un
humor bastante oscuro; era un pibe de perfil bajo, pero cuando se presentaba o
cuando daba una lección oral, se hacía notar con presencia bien marcada, tono
fuerte de voz y seguridad en su mirada. Esa seguridad no condecía cuando debía
hablar con Emma, no así con el resto de las compañeras. Todos sabíamos que por
Emma tenía una debilidad asumida. Algunos compañeros llegaron a notar que hasta
le temblaban las piernas en ocasiones compartidas con ella, y esto Emma lo
sabía.
Emma tenía una belleza muy peculiar. No era
como la mayoría de las alumnas que asistían a la escuela. No era muy alta, con
tendencia a estar por encima de su peso, lo que le daba apenas unos relieves en
su figura juvenil, y ese detalle es lo que la diferenciaba del resto. Tenía una
sonrisa mágica, ojos claros que iluminaban su paso y cabello castaño; nunca se
le iba a notar cuándo ella pudiera encontrarse mal o triste, todo lo disimulaba
muy bien. En cambio Álvaro, no se guiaba de estereotipos, más bien él se hacía
su propia moda con lo que tenía; era de poco hablar y de mucho escuchar; él era
más bien bohemio, escribía lo que su imaginación e inspiración le dictaban;
pero él tenía una musa que le permitía mover su inspiración y activar a su
imaginación: Emma.
Provenían de mundos diferentes, a él le
fascinaba el rock and roll, en cambio ella prefería más los sonidos pop de
melodías mucho más tranquilas y románticas. Ella no pasaba sobresaltos
domésticos, en cambio él tenía que remarla con sus padres día a día, debía
ayudar a sus hermanos cuando los padres no volvían de trabajar. Ella vivía
cerca del zona centro (clase media para arriba) y él en los suburbios (más bien
media estancada). En definitiva, eran diferentes y los mundos de los que provenían
les marcaban aún más las diferencias.
En la escuela se armaban bailes de vez en
cuando y era la primera vez que Álvaro sentía una extraña necesidad de asistir,
pues estaba finalizando la secundaría y aún no había asistido a ninguno. No
había mucho que preparar, debía vestir su delgada figura nada más; nada muy
formal, unos jeans y unas zapatillas
chatitas, cómodo digamos. La entrada no había costado tanto, a él le costaba
más reconocerse en el baile como sujeto, más que en los recitales de bandas de
rock. Había semejanzas, pero pesaban más las diferencias, o él hacía prevalecer
las diferencias.
Por fin, después de haber andado divagando
por el patio de la escuela donde se ejecutaba el baile, se encontró con sus
compañeros de aula, quienes habían hecho mucho para que Álvaro fuera; habían
estado insistiéndole varias semanas (desde que se habían enterado que se iba a
realizar el baile) para que asistiera y ahí estaba él, parado delante de ellos,
sus compañeros varones (las chicas estaban por otro sector) con ambas manos en
los bolsillos, cabeza hacia abajo, como tímido. Fue un jolgorio su
recibimiento, era prácticamente su primer baile. Los compañeros le comentaban
que esperaban a un par más de ellos que fueron al baño y que luego se reunirían
con sus compañeras; le habían comentado que estaban todos juntos en una gran
ronda bailando y que cada cual iba pasando al centro de la misma para “hacer lo
suyo” (cada cual hacía alguna monería, algún paso de baile) para divertirse en
grupo.
De verdad habían realizado una gran ronda,
estaban presentes casi todos los alumnos del curso. Todos, o la mayoría, en
especial las señoritas estaban muy bien loockeados, cada uno con su estilo
propio. Como no podía ser de otra manera, de todos resaltaba Emma. Era,
definitivamente, la más hermosa de todas; se movía al ritmo de la música fuerte
en su lugar, al compás del juego de luces de colores que prendían y apagaban.
También se destacaba Álvaro, no tanto por su vestimenta, sino, más bien por su
presencia; ellos eran los más buscados en la ronda y eran consultados para dar
opiniones de todo: de la música, de las luces, de los pasos de baile, de las
vestimentas, de las anécdotas, de las bromas, de las risas.
De pronto, entre los saltos y los
movimientos de todos los compañeros, ellos quedaron de frente formando una
pareja para bailar. El patio no tenía techo y se había nublado, y las nubes
estaban tan encapotadas que estaba empezando a lloviznar. Algunos grupos de
estudiantes prefirieron ir a refugiarse. Ellos sin embargo, se mantuvieron
parados frente a frente haciendo un paso al costado, un paso al centro y luego
un paso más al otro costado, seguían el compás de la música sin bailar
propiamente, pero no se quedaban quietos. Se miraban entre los juegos de luces;
se miraban buscando mirarse, a pesar que sus compañeros los hablaban, ellos
estaban de pronto absortos, perdidos mutuamente, fundidos en la mirada el uno
con el otro. Mientras seguían el ritmo de frente, él no tenía el valor de
tomarle la mano; en cambio Emma, algo más resuelta y decidida que tímida, lo
agarró de las manos y le dijo: “seguime… y por nada del mundo me sueltes”. En
ese instante su musa inspiradora se hizo presente en carne y hueso. Palabras
sueltas que rondaban en su cabeza se encadenaban en una conjunción de frases.
El aire se hizo liviano y sentía que estaba volando, más que bailando. Él hizo
caso, no la soltó más, no solo porque se lo había pedido ella, sino porque ni
demente la iba a soltar, él no quería soltarla. Sería como querer soltar el
universo, una vez que lo tenías en tus manos.
Cuando el tema finalizó, habían quedado
prácticamente amarrados en un abrazo y él comenzó a relatar:
“Jamás habíamos bailado estas melodías
el día no sé si comienza o
termina
aunque la lluvia nos quiera separar
estos son los momentos en los que no me quiero quedar a solas.
Camino por la oscuridad de la noche
jamás habíamos bailado tomados de la mano
y ya no hay más tiempo
sólo quedamos los dos parados de frente
mirándonos en el fondo de la pista
en algún amanecer que imaginamos
entre la melodía y las luces del lugar” (18/01/2005).
Ella lo miró, primero sorprendida
por las palabras que emanaban de su boca; luego lo miro inerte porque no
entendía lo que quería decirle con esas palabras, no entendía lo que esas
frases querían insinuar, o bien no quería entender el significado de lo que
Álvaro le estaba tratando de expresar; Por último lo miró con compasión, porque
ella no supo qué responder ante semejante proclamación. Una compañera los
interrumpió, para ese instante la lluvia se había vuelto aguacero, se había convertido
en tormenta de agua y viento. Él se había quedado unos segundos más parado en
medio del patio contemplando como corrían todos hacía un alero que estaba
siendo utilizado de refugio. El baile terminó y de a poco, a medida que la
tormenta se disipaba, también se desconcentraba de gente el patio de la
escuela.
A los pocos días, Emma y Álvaro se
habían reencontrado en el mismo patio, en el recreo. Ella dejó que sus amigas
se adelantaran unos pasos, él estaba con sus manos en el bolsillo y algo
cabizbajo; intento disculparse por sus palabras, sin embargo ella lo
interrumpió con un beso en la mejilla. Le dijo a continuación: “vas a ser un
gran escritor… un gran poeta”. Luego de esto, no se volvieron a cruzar. A Álvaro
se lo vio con la frente en alto, caminaba con más seguridad; y a Emma se la
encontraba algo más silenciosa y pensativa. Jamás volvieron a bailar juntos.