miércoles, 4 de abril de 2018

Jamás bailaron

Habían sido compañeros todo el secundario y durante esos cinco años, no pudo decirle a Emma las diferentes sensaciones que le cruzaban por todo el cuerpo las veces que se le acercaba, las veces que le miraba o las veces en las que podían entablar una conversación.

Emma era de las alumnas más lindas de la promoción; había sido elegida “Reina de los Estudiantes” en reiteradas ocasiones y era la más pretendida de escuela. Álvaro, en cambio, era un estudiante más bien introvertido, nadie sabía mucho de él, solo lo suficiente: era un pibe medianamente estudioso, no estaba eximido en todas sus materias, pero tenía un buen promedio; era bueno para los deportes colectivos a pesar que no tenía un físico muy atlético; los profesores decían que era vago, pero no era exactamente lo que sucedía con él, pues, era bastante inteligente y le costaba poco estudiar, punto que le favorecía para estudiar en poco tiempo lo que al resto nos llevaba algo más de esmero, básicamente, no le costaba entender; era un pibe dócil y servicial; era poco gracioso, más bien tenía un humor bastante oscuro; era un pibe de perfil bajo, pero cuando se presentaba o cuando daba una lección oral, se hacía notar con presencia bien marcada, tono fuerte de voz y seguridad en su mirada. Esa seguridad no condecía cuando debía hablar con Emma, no así con el resto de las compañeras. Todos sabíamos que por Emma tenía una debilidad asumida. Algunos compañeros llegaron a notar que hasta le temblaban las piernas en ocasiones compartidas con ella, y esto Emma lo sabía.
Emma tenía una belleza muy peculiar. No era como la mayoría de las alumnas que asistían a la escuela. No era muy alta, con tendencia a estar por encima de su peso, lo que le daba apenas unos relieves en su figura juvenil, y ese detalle es lo que la diferenciaba del resto. Tenía una sonrisa mágica, ojos claros que iluminaban su paso y cabello castaño; nunca se le iba a notar cuándo ella pudiera encontrarse mal o triste, todo lo disimulaba muy bien. En cambio Álvaro, no se guiaba de estereotipos, más bien él se hacía su propia moda con lo que tenía; era de poco hablar y de mucho escuchar; él era más bien bohemio, escribía lo que su imaginación e inspiración le dictaban; pero él tenía una musa que le permitía mover su inspiración y activar a su imaginación: Emma.

Provenían de mundos diferentes, a él le fascinaba el rock and roll, en cambio ella prefería más los sonidos pop de melodías mucho más tranquilas y románticas. Ella no pasaba sobresaltos domésticos, en cambio él tenía que remarla con sus padres día a día, debía ayudar a sus hermanos cuando los padres no volvían de trabajar. Ella vivía cerca del zona centro (clase media para arriba) y él en los suburbios (más bien media estancada). En definitiva, eran diferentes y los mundos de los que provenían les marcaban aún más las diferencias.

En la escuela se armaban bailes de vez en cuando y era la primera vez que Álvaro sentía una extraña necesidad de asistir, pues estaba finalizando la secundaría y aún no había asistido a ninguno. No había mucho que preparar, debía vestir su delgada figura nada más; nada muy formal, unos jeans y unas zapatillas chatitas, cómodo digamos. La entrada no había costado tanto, a él le costaba más reconocerse en el baile como sujeto, más que en los recitales de bandas de rock. Había semejanzas, pero pesaban más las diferencias, o él hacía prevalecer las diferencias.

Por fin, después de haber andado divagando por el patio de la escuela donde se ejecutaba el baile, se encontró con sus compañeros de aula, quienes habían hecho mucho para que Álvaro fuera; habían estado insistiéndole varias semanas (desde que se habían enterado que se iba a realizar el baile) para que asistiera y ahí estaba él, parado delante de ellos, sus compañeros varones (las chicas estaban por otro sector) con ambas manos en los bolsillos, cabeza hacia abajo, como tímido. Fue un jolgorio su recibimiento, era prácticamente su primer baile. Los compañeros le comentaban que esperaban a un par más de ellos que fueron al baño y que luego se reunirían con sus compañeras; le habían comentado que estaban todos juntos en una gran ronda bailando y que cada cual iba pasando al centro de la misma para “hacer lo suyo” (cada cual hacía alguna monería, algún paso de baile) para divertirse en grupo.

De verdad habían realizado una gran ronda, estaban presentes casi todos los alumnos del curso. Todos, o la mayoría, en especial las señoritas estaban muy bien loockeados, cada uno con su estilo propio. Como no podía ser de otra manera, de todos resaltaba Emma. Era, definitivamente, la más hermosa de todas; se movía al ritmo de la música fuerte en su lugar, al compás del juego de luces de colores que prendían y apagaban. También se destacaba Álvaro, no tanto por su vestimenta, sino, más bien por su presencia; ellos eran los más buscados en la ronda y eran consultados para dar opiniones de todo: de la música, de las luces, de los pasos de baile, de las vestimentas, de las anécdotas, de las bromas, de las risas.

De pronto, entre los saltos y los movimientos de todos los compañeros, ellos quedaron de frente formando una pareja para bailar. El patio no tenía techo y se había nublado, y las nubes estaban tan encapotadas que estaba empezando a lloviznar. Algunos grupos de estudiantes prefirieron ir a refugiarse. Ellos sin embargo, se mantuvieron parados frente a frente haciendo un paso al costado, un paso al centro y luego un paso más al otro costado, seguían el compás de la música sin bailar propiamente, pero no se quedaban quietos. Se miraban entre los juegos de luces; se miraban buscando mirarse, a pesar que sus compañeros los hablaban, ellos estaban de pronto absortos, perdidos mutuamente, fundidos en la mirada el uno con el otro. Mientras seguían el ritmo de frente, él no tenía el valor de tomarle la mano; en cambio Emma, algo más resuelta y decidida que tímida, lo agarró de las manos y le dijo: “seguime… y por nada del mundo me sueltes”. En ese instante su musa inspiradora se hizo presente en carne y hueso. Palabras sueltas que rondaban en su cabeza se encadenaban en una conjunción de frases. El aire se hizo liviano y sentía que estaba volando, más que bailando. Él hizo caso, no la soltó más, no solo porque se lo había pedido ella, sino porque ni demente la iba a soltar, él no quería soltarla. Sería como querer soltar el universo, una vez que lo tenías en tus manos.

Cuando el tema finalizó, habían quedado prácticamente amarrados en un abrazo y él comenzó a relatar:

“Jamás habíamos bailado estas melodías
el  día no sé si comienza o termina
aunque la lluvia nos quiera separar
estos son los momentos en los que no me quiero quedar a solas.
Camino por la oscuridad de la noche
jamás habíamos bailado tomados de la mano
y ya no hay más tiempo
sólo quedamos los dos parados de frente
mirándonos en el fondo de la pista
en algún amanecer que imaginamos
entre la melodía y las luces del lugar” (18/01/2005).

Ella lo miró, primero sorprendida por las palabras que emanaban de su boca; luego lo miro inerte porque no entendía lo que quería decirle con esas palabras, no entendía lo que esas frases querían insinuar, o bien no quería entender el significado de lo que Álvaro le estaba tratando de expresar; Por último lo miró con compasión, porque ella no supo qué responder ante semejante proclamación. Una compañera los interrumpió, para ese instante la lluvia se había vuelto aguacero, se había convertido en tormenta de agua y viento. Él se había quedado unos segundos más parado en medio del patio contemplando como corrían todos hacía un alero que estaba siendo utilizado de refugio. El baile terminó y de a poco, a medida que la tormenta se disipaba, también se desconcentraba de gente el patio de la escuela.

A los pocos días, Emma y Álvaro se habían reencontrado en el mismo patio, en el recreo. Ella dejó que sus amigas se adelantaran unos pasos, él estaba con sus manos en el bolsillo y algo cabizbajo; intento disculparse por sus palabras, sin embargo ella lo interrumpió con un beso en la mejilla. Le dijo a continuación: “vas a ser un gran escritor… un gran poeta”. Luego de esto, no se volvieron a cruzar. A Álvaro se lo vio con la frente en alto, caminaba con más seguridad; y a Emma se la encontraba algo más silenciosa y pensativa. Jamás volvieron a bailar juntos.


02/04/2018









domingo, 1 de abril de 2018

Muero

Muero por rosar tus labios
y que me amarren tus brazos.

Muero por acariciarte
y surcar caminos por tu piel.

Muero a cada instante
e intento revivir con tu mirada.

Muero de ambición
en el deseo de tenerte.

Muero en la dulce ansiedad
por regalarte mis madrugadas.

Muero de dolor
por la indiferencia de tus rechazos.

Muero y vuelvo a morir
en tu reiterado silencio.

Muero por vos
y me salva una palabra tuya.

Simplemente muero
porque no se si puedo vivir sin vos.

24/09/2001