Dedicado a Valentina
Después de un día extremadamente agitado de juegos y paseos
bajo el sol de la tarde tucumana, entre saltos y escondidas, llega a casa toda
sudada con la ropa sucia por la tierra de la plaza. Exhausta y ayudada por su
mamá, la pequeña se desviste para tomar un baño tibio. Mientras tanto, juega un
rato más haciendo flotar unos juguetes de plástico con formas geométricas. A
veces pasaba que ni llevándola a la plaza terminaba de gastar todas sus energías;
arrimaba la noche y continuaba saltando alrededor mío o alrededor de su madre.
La plaza no estaba lejos, por lo que aprovechamos para llevarle la bicicleta o
el monopatín; la pelota de goma de color roja y rosa o un bebote casi del mismo
tamaño de la pequeña. Lo lindo es a la noche, cuando ella nos cuenta por
adelantado qué es lo que iba a soñar.
Luego de tomar una mamadera, con sus cuatro años se disponía
a dormir. Una vuelta a la derecha para acomodarse en su cama; luego, media
vuelta para quedarse boca arriba por unos minutos para se estirarse; y,
finalizaba con una vuelta a la izquierda para terminar de acovacharse y así dormir.
Antes de todo este ritual, cada vez que se iba a acostar, la pequeña guardaba
debajo de la almohada algunos souvenires. A veces eran dibujos, otras hojitas o
flores de lapacho amarillo que había recogido en la plaza o en la vereda de
casa. También habíamos sacado con la mamá, en otras ocasiones de entre las
sábanas, minúsculos juguetes, esos que traen en el interior los huevos de
chocolate. Nunca nos pusimos en contra de que se quedara con los mejores
recuerdos del día, ella nos decía que era para poder soñar con los juegos y los
paseos que había tenido durante la tarde. Cuando lograba dormirse, con la mamá
la acomodábamos, la arropábamos en caso de que la noche refrescara, y nos
ocupábamos de sacar todos esos objetos de debajo de la almohada y los dejábamos
sobre una mesita que la peque usaba de escritorio para sus dibujos.
Al levantarse por la mañana, nos contaba repetitivamente que había soñado con los mismos objetos
que ella había guardado cuidadosamente bajo su almohada. Al principio, no le
llevamos el apunte, pues creíamos que lo estaba inventando, como si fuera parte
de un juego permanente de ella con los demás. Pero al ser cada vez más
recurrentes estos comentarios, decidimos seguirle la corriente a ver qué más
podía decirnos. Nos contaba que en el sueño se bajaba de la bici y juntaba las
hojas caídas de los árboles de la plaza Belgrano, pues eran para clasificar en
un libro donde las colocaba por tamaño, color o forma, y también que visitaba
por varios senderos para poder conseguirlas, así ampliaría su colección.
Una tarde de verano que había llovido muchísimo, una de esas
tormentas de las que uno no puede salir de la casa, ni asomarse por las ventas,
por que termina de seguro empapado, fabricamos cinco barquitos de papel que
íbamos a lanzar al mar de agua que había en nuestro jardín, y un sexto barco,
debidamente pintado, fue a parar bajo la almohada. Al día siguiente, mientras
que desayunábamos, nos contó que en su sueño había zarpado en su barco de papel
por un río enorme de grande hacia tierras desconocidas; que lo había bautizado
“Nelo” (por que no podía pronunciar bien “velero”); ella no era la capitana de “Nelo”,
sólo viajaba como exploradora. Al parecer, su mente, en dormida, se
transportaba a esos lugares que dibujábamos y pintábamos juntos a modo de
entretenimiento.
Me quería convencer de que se trataba solo de su imaginación
hasta que ella me demostró lo contrario. Una tarde tuve que faltar a mi trabajo
por estar engripado. La mamá se iba a su trabajo luego de llevar a la peque al
jardín, y como no quería dejarme solo, colocó su muñeca de la “Doctora Juguete”
bajo mi almohada para que me curara. Al rato que se marcharon, me dormí y soñé
que su juguete me examinaba y que yo dejaba que lo hiciera, además le
consultaba qué remedios tomar para poder recuperarme. Cerca de la hora de salida del jardín, ya me
sentía bastante mejor, y decidí buscar a la pequeña y de paso tomar una
merienda por la peatonal. En el bar, entre medio de un licuado y unas
medialunas, me atreví a contarle sobre mi sueño donde la “Doctora” me había
curado. Ella comentó: “viste, yo le dije que lo hiciera”; y concluyó
preguntándome si había cantado la canción de agradecimiento con la “doctora
juguete”. La miraba de frente en la mesa anonadado, no sabía que contestarle.
No me atreví a contarle a mi mujer, pues creí que me tomaría por loco o que la
fiebre habría atrofiado algunas de mis neuronas, así que decidí omitir lo
ocurrido. Al llegar a casa le devolví la muñeca a la peque.
El fin de semana siguiente a mi gripe, con la mamá quedamos
solos a la tarde, se había interrumpido nuestra rutina con la pequeña ya que sus
abuelos maternos se habían ofrecido a llevarla de paso por los cerros. La mamá me
contó que le había sucedido algo extraño con respecto a la peque, decía que no sabía cómo encararlo para que no se mal
entendiera. Le contesté que comenzara por el principio a modo de broma, cosa
que fue replicada con una cara de desagrado, sumado a una mirada sobradora. Me
dijo preocupada que había soñado algo extraño. Yo me puse serio. Decía que
había encontrado un dibujo de la peque debajo de su almohada donde estábamos
los tres entre unos garabatos que parecerían ser un jardín de flores gigantes con
árboles enanos con frutos color violeta. El sueño coincidía con el dibujo, los
tres caminábamos de la mano por senderos amarillos, al mismo tiempo íbamos
cantando: “… a la una sale la luna; a las dos sale el sol; a las tres sale el
tren; a las cuatro sale el gato; y, a las cinco pego un brinco…”. En ese
momento la peque saltó sobre su eje y dio una vuelta completa en el aire sin
soltarse de las manos de ambos. Era lo mismo que hacíamos cada vez que
volvíamos de la plaza. Aproveche para soltar lo que había sucedido con mi sueño
cuando estaba enfermo. Al finalizar, nos mirábamos sorprendidos como buscando
una explicación que fuera lo suficientemente lógica como para no querer
internarnos en una clínica psiquiátrica. Sonó el timbre, era la peque con los
abuelos. No solo la traían a ella del paseo, sino que también traían un
envoltorio con empanadas así cenáramos todos juntos.
Cuando los abuelos se retiraron, con la mamá encaramos para
la habitación de la peque, al entrar vimos el ritual de todas las noches, ella
colocando hojas y piedritas bajo la almohada. Le preguntamos qué estaba
haciendo y la peque con todo un aire superioridad, frescura e inocencia nos contestó:
“ya les he dicho… ¡guardo las cosas para cuando me vaya a dormir!”; mientras
tanto hacía una mueca con las manitos juntas y sobre ellas apoyaba su cara como
para dormir cerrando sus ojos.
Nos miramos con la mamá y en ese momento entendíamos que la
peque podía inducir los sueños; que desde su inocencia, nuestra peque era
inmensamente grande a través de su imaginación, y que ella dentro de toda su pequeñez
tuvo la decisión de compartir todo su mundo con nosotros, cosa a la que no nos podíamos
negar.
06/09/2014