domingo, 11 de enero de 2015

Paradoja de la lluvia

En un lugar del mundo, un pueblo hundido en su cultura y su creencia, pasa días enteros danzando para que el agua se precipite sobre los campos, ya se encuentran amarillentos; los suelos resecos y grises; y, el ganado, cualquiera que fuera, ya no les alcanza la sombra de los arboles; todo por el agobiante calor.

Los pies de los bailarines ya se encuentran ampollados por tanto saltar, correr y bailar coreográficamente, al compás de tambores y gritos, todo dedicado al dios de la lluvia, que parece estar enojado con ellos, pues, hace tanto tiempo que no llueve, que hasta los cueros del propio cuerpo se encuentran quebrajados de la sequedad. A estas alturas, el agua más que una necesidad, se ha vuelto una bendición; ya que su faltante, pone a prueba la teoría más darwiniana de la sobrevivencia del más fuerte: los animales más jóvenes y los más ansíanos, es decir, los más débiles, son los primeros en caer deshidratados, en su defecto, son sacrificados para que no sufran más, quedan solo los más resistentes.

Por otro lado, algunos hombres jóvenes de la misma aldea, al empezar a descreer de los chamanes y de los ancestros, comienzan a buscar agua cavando pozos, donde antes había una laguna, o en la vertiente de un río actualmente seco, sin obtener aún resultados positivos.

Ciento sesenta y tres días pasaron ya de la última llovizna. Fue muy pobre, tenue, casi imperceptible; tanto que no alcanzó lo que se recolectó, para las tareas de dos días, sino que solamente para fue para los recursos vitales de sus habitantes. La situación se volvió más que  crítica. Sin embargo, a pesar de ‘la sordera divina’, las esperanzas del pueblo no claudican y los creyentes continúan danzando, saltando y gritando.

Mientras tanto, en otro extremo del planeta, la lluvia faltante para este pueblo, es totalmente excesiva. En ésta región, una ciudad se inundó de agua. Las lluvias fueron abundantes en demasía; provocando el desborde del río más cercano, lo que produjo, a su vez, la evacuación de la mayoría de sus habitantes; los que se quedaron, solo unos pocos, lo hicieron para cuidar sus pertenencias, pues, electrodomésticos, ropa, muebles, entre otras cosas, ya se perdieron entre el agua y el barro. Algunos rezan por sus vidas: -“Santa María. Santa María, que con las cruces que te hago, la lluvia se apaciguare…”- decía una persona haciendo ademán con las manos a los cuatro vientos, como queriendo despejar las nueves de agua con la señal de la cruz; creyendo así que la divinidad de turno, los cobijará y que con un milagro, cesará la lluvia.

Lo paradójico de estas historias es que en ninguno de los dos casos, ya sean las personas o animales, pueden tomar agua, los primeros por escasez; y, los segundos por abundancia de agua pero no potable. En las dos situaciones, al sobrepasar la capacidad de entendimiento de los hombres, se termina confiando en dioses, un acto de fe donde se agotan todas las fuerzas físicas, creyendo que éstas las fuerzas metafísicas, serán las encargadas de resolver el problema. Lo más paradójico aún, es creer que las mismas deidades son las que castigan respectivamente a una población, o a la otra.

Algo sucedió de pronto, ya sea producto de las oraciones o de las cruces al viento, pero en la segunda localidad, las nubes se y el agua empezó a descender de a poco, el cemento y el asfalto se visualizaron por primera vez, luego de dos semanas. En el mismo momento, del otro lado del mundo, la sangre de los pies ampollados, las oraciones de los pueblerinos y sus danzas también dieron resultado; aparecieron las primeras nubes negras y anunciaba la llegada de la tan esperada lluvia: poco a poco, el viento del sur comenzó a surcar en toda la región, arrastraba consigo, no solo la esperanza de que la lluvia sea abundante, sino también la alegría que calmará las altas temperaturas. No podían faltar los rayos y los truenos que espantaban a los animales en el corral precario del pueblo. Ellos también se preparaban, al igual que los hombres y mujeres, para recibir el agua.

La condensación de los vapores comienza a unificarse en una gota, la primera de todas, que a su vez, cae por su propio peso, recorriendo miles de kilómetros hasta llegar a su destino final: la tierra. Con ella, cumpliendo su cometido, un grupo de numeroso de gotas, tímidamente retrasadas comienzan a regar el campo, los techos y los pies de los bailarines. Llueve tranquilo en principio, hasta que por fin se desata la tormenta salvadora.




23/11/2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario