Nos buscamos los dos. Ojalá fuera éste el último día de la
espera (Jorge Luis Borges - El laberinto)
Como si fuera una historia repetida, como si todo volviera a dar vueltas, como si lo cíclico de la historia se convirtiera en un dejavu de historias de amantes, que se repiten trágicamente con el paso del tiempo. A veces más allá, otras veces más acá.
“Los amantes
de Hasanlu”, le llamaron así a los restos fósiles humanos, encontrados
envueltos en un abrazo en el lecho de muerte, aparentemente consumando un beso,
sellando su pacto de amor traspasando todas las fronteras del tiempo. Lo mismo
que “Los amantes de Valdaro”, otros restos fueron hallados también, amantes muertos
de amor en un mismo abrazo, trágico final que ni los mismos antropólogos pueden
entender si fue suicidio o un rito de muerte.
Shakespeare ya
lo había relatado en la trágica muerte de dos jovencitos que se amaban con
locura, y que llegaron a morir el uno por el otro, antes de poder jurarse amor
eterno ante Dios. Romeo y Julieta, fueron ejemplo e inspiración de novelas,
cuentos y relatos, donde los actores principales no eran ellos en realidad,
sino que lo eran los ajenos, los que prohibían ese amor; también fueron
protagonistas las costumbres, los odios y las peleas que no permitieron que
estos amantes pudieran elegir y hacer crecer lo que sentían. Al parecer, en las
clases de historia antigua y en las de literatura clásica, no estaba permitido
el amor entre las personas.
Los amantes
buscan ansiosos lo que no poseen; pretenden lo no pretendido; desean lo no
permitido. Los amantes se buscan, se desean, se ansían, se imaginan, se
extasían, se extrañan, se encuentran y se vuelven a buscar. Se exploran, se tocan,
se besan, se acarician, se abrazan, se contaminan, se purifican. Los amantes se
odian por instantes y se vuelven a amar, se pierden y se extravían, se
desconocen y se vuelven encontrar para volver a amarse, volver a desearse y
volverse a amar. Los amantes se extrañan viéndose de frente, se extrañan cuando
deben extrañarse, y también, se extrañan cuando no hay que extrañarse. Los
amantes son deseo constante, son deseos andantes, son deseos deseables, son
deseantes limitados, son deseantes insatisfechos; en definitiva, los amantes
son deseo.
Los amantes
mueren por cada encuentro para poder revivir en un instante. Buscan el hechizo
que los libere para siempre del castigo de desearse mutuamente, aunque ese “para siempre” sea solo aquel instante.
En ellos el tiempo no es lo eterno. Los amantes mueren hoy por su sentimiento,
mueren muriendo por los instantes que ellos hacen eternos; ellos se van creando
y esculpiendo cada uno en el cuerpo del otro.
Ellos se deben
esconder, pues, lo que sienten está prohibido, está censurado, está marcado o
castigado. Los amantes deben esconder sus más profundas miradas; contener sus
lágrimas, ya sea de dicha o de dolor; deben disimular las sonrisas, que son
ocasionados por ellos mismos; las caricias, los abrazos, los besos, el sexo no
pueden ser mostrados deliberadamente, pues, son todo para demostrarse entre
ellos los sentimientos que van floreciendo y marchitando en cada encuentro.
Deben esconder todo de aquellos que no los quieren juntos, de los que los
quieren lejos, separados, cercenados, partidos, de aquellos que los quieren ver
mutilados. Deben esconder eso que sienten, limitándose a darse por completo en
una fracción de tiempo, destinada sólo a su encuentro. Los amantes, deben esconderse
de los señalamientos, de los juzgamientos, de los otros que no los entienden,
de los que puedan ensañarse con ellos y para quebrantar eso que los une. “Eso”
que no tiene nombre, “eso” que no es amor, “eso” que no es admiración; que
tampoco es odio, que tampoco es sumisión. Es solo “eso”, “algo”.
Los que juzgan
y señalan, serán los próximos arqueólogos en inhumar cuerpos que no quisieron ser
separados; estos serán también, los próximos letrados e historiadores que
contaran, o inventaran, las hipótesis de por qué esos cuerpos estaban juntos;
se preguntarán si debían o no debían; querrán entender qué significado tienen
ante “eso” que tienen en frente; se querrán ver en ellos mismos en los
personajes que están inhumando, creyendo que nadie tiene la culpa, o que todos
tenemos una parte de culpa; que los amantes son inocentes o los hipotetizarán culpables
de amor eterno, de amor póstume.
Los descubridores,
serán los mismos que empujarán a los otros amantes a una misma conclusión
fatal; y serán, los que en otro tiempo, nuevamente se sorprenderán y
contemplarán la osadía del hallazgo de nuevos amantes sepultados, demostrando
que, si bien las historias y las hipótesis van y vuelven, ni el tiempo podrá
contra el amor, que algunos llegan a sentir hasta los propios huesos, y que
pude trascender hasta la propia muerte de los mismos amantes.
10/10/2015
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