Sus pupilas se abrieron y
reconocían las deformes sombras que miraba por primera vez, curioso hecho fue
que así fuera, pues nunca jamás había visto antes, sin embargo pudo hacerlo,
pudo mirar y reconocer la estirpe de su sangre, pudo
ver a sus antepasados y los parecidos que él mismo tenía con respecto a los
rostros y aspectos de los abuelos de sus abuelos.
Abrió sus ojos y de repente todo
tuvo color. Todo se bañó de colores mágicos, brillosos, fuertes, saturados,
sombríos, grisáceos; y luego de repente, las luces que tanto le llamaron la
atención se apagaron de a parpadeos y él no entendía por qué. Estallaba de
llanto porque quería seguir viendo todos esos colores y juegos de luces que
había en aquella habitación; y lloraba porque parpadeaba y no podía sostener la
mirada, seguramente se le cansaba la vista y se secaban las pupilas, y volvía a estallar en llanto porque quería seguir viendo la mágica fantasía de
formas, colores, sombras y brillos.
Entendió que tenía un origen
lejano, un origen que a sus antecesores les habría costado mucho iniciar hasta
llegada su presencia misma. Entendió que era hijo, nieto, hermano, primo; que
iba a ser amigo, que tendría alguna profesión o no, si él a si mismo lo decía.
Entendió su primera lección: podía decidir. Entendió que una decisión puede
cambiar el rumbo de muchas cosas, por más pequeño que fuera él, o por más que
su decisión sea un instante, un pequeño momento, entendió que era parte de
algo, un funcionario dentro de un gran funcionamiento colectivo. Vio que no
estaba solo, vio que había otros, que no era el único; que otros como él
estaban igual que él en ese momento, que otros habían sido y también entendió
que otros iban a ser como él.
Sus ojos vieron cosas que jamás
había visto, que probablemente nunca jamás iba a volver a ver. Supo en ese
instante que debía aprovechar antes que fuera tarde, antes que perdiera todo
conocimiento; que iba a tener una sola oportunidad; que la sabiduría, sin saber
mucho qué era eso, solo iba a ser un instante, un relámpago.
Él miraba la luz, miraba sin ver,
miraba con la vista perdida el mundo mundante. Pero él miraba más profundo.
Vio, en ese su presente, el fluir del agua y los vientos soplar; vio cómo nacía
la montaña, de dónde provenía su altura, cómo hizo para tener esa forma, y supo
entender todo. Miraba los arroyos que le daban forma y los animales que
dependían del recorrido del agua y de cómo caía por medio de la altura de su
montaña. Vio cómo el hielo se convertía en agua, cómo esta corría buscando el
mar, cómo pasó de ser agua dulce a agua salada, y luego su transformación
ultima, como el calor la evaporaba para ser nube y luego lluvia. Vio como la
lluvia alimentaba la humedad de la montaña y cómo el ciclo volvía a empezar
desde el techo del mundo, tocando el cielo, hasta las más bajas tierras.
Entendió qué es un ciclo sin saberlo, solo miró y entendió sin querer entender.
Entonces aprendió una nueva lección: la naturaleza es bella en la medida en que
la dejemos trabajar en su obra de arte.
Él Miraba las sombras de la
habitación y miraba en ellas la curiosidad del mundo, motor de las ideas y de
los ideales más fuertes. Aprendió de ello que no todo es puro, que la maldad
también existe. Observo entonces que había caos y destrucción. Vio que el odio
entre las personas también pasa por una decisión tan pequeña como con la que él
mismo había visto instantes antes; que las mismas decisiones pequeñas que
podían cambiar el universo, podían ser guiadas por el odio hacia otras personas
y el deseo de hacer daño a los demás. Vio que las sombras eran parecidas al
ocultamiento, sin saber que es ocultarse. Vio que esa extraña oscuridad venía
también de la misma raza de la que él provenía. Sintió culpa por lo que vio,
por el daño que se hacían los hombres entre sí con la escusa de defender un
estandarte, un escudo, un color, una bandera, un ideal.
Entendió entonces que lo moral y
la moralidad de las cosas está impregnada en todos los actos de loa hombres. Entendió
que lo moral y la moralidad de las mismas cosas, son convenciones a
conveniencia de los que les convienen que las cosas sean entendidas en un solo
sentido, sin tolerar el sentido de otros que pueden diferir. Vio que la
moralidad de algunos era más intolerante que la de otros y que esta intolerancia
llevo a enfrentamientos, guerras y destrucciones. Vio cómo los mismos hombres
se hacían daño entre ellos. A pesar que no le gustó lo que veía, siguió mirando
y entre tanta muerte y escombros de ciudades destruidas, necesito ver algo más;
allí es donde aprendió una nueva lección, que algo diferente debía haber. Pudo
oír con su mirada lo que de las ruinas emergía, pudo oír de entre los mismos
escombros el grito de ¡Libertad! Entendió aquí que la libertad de unos cuantos
(muchos, pocos, cuantos fueran) dependía de la opresión de otros tantos. Lloró
al entender esta lección. Definitivamente no le gusto lo que había visto, pero
con mucho dolor aceptaba saber que él también, desde que existe, es parte de
este funcionamiento.
Sabiendo que le quedaba poco
tiempo para aprender, agudizó la vista y contemplo a la familia de un muerto al
que estaban velando. Su mirada tenía una perspectiva horizontal, mirando el
techo y su alrededor, tan acostado como al mismo que estaban velando. Observó
las lágrimas de las personas que lo rodeaban, vio y sintió en sus propios ojos
el dolor de la ausencia, las cicatrices que van dejando la partida de seres
amados. Con ello entendió un aspecto del amor, el reconocimiento del
alejamiento que muchas veces, o la mayoría de las veces, ante la partida y el
alejamiento de un cercano decidimos callar antes de poder decir lo que uno
lleva dentro. En ese momento volvió a romper en llanto, en medio de la
habitación, en medio de sus seres queridos como queriendo decir desde ese
momento todo lo que no sabía decir hasta entonces, sin perder más tiempo. Nueva
lección aprendida: aunque no se sepa cómo, hay que decir.
Pero a su vez, aprendió algo del
mismo acto de la despedida: era parte de la vida misma. Si bien muerto ya
estaba muerto y nada podemos hacer para revivirlo, entendió que volvía a ser
parte de la vida en su mismo deceso. Estaba más vivo que muerto; pues él ya
pertenecía al universo, ya era un todo mismo; ya era universo. Dejo de existir,
pero no dejo de vivir ni de hacer vivir, pues su propia materia iba a ser abono
y compost de la tierra; la propia pudrición del cuerpo daría vida a la tierra y
al funcionamiento mismo del universo. La muerte ya no era más entendida como
muerte, la muerte encierra vida. La muerte es vida. Entonces entendió, que no
todo final finaliza, sino que muchas veces (tal vez en la mayoría de las veces)
es tan solo un nuevo comienzo. Un inicio de lucha, un comienzo de vida o de una
nueva energía. Un amor distinto, ya más bien un amor ausente de materia, pero
presente en el universo.
Supo que en una simple taza de
café podía estar saboreando a todo el universo. Que la leche que succionaba del
pecho materno traía la experiencia de su historia por medio del universo. Sintió
que lo que saboreaban su lengua y su paladar, fueron otros sabores que vienen de
otros paladares anteriormente y que vienen a través del universo, de otros tiempos.
Vio que cada caricia era energía de otras caricias, de otros cuerpos que habían
quedado en la historia y que hoy se le hacían presentes en la mano suave de
aquella persona, pero que en otros años había sido otra. Se convenció que los
finales eran nuevos comienzos.
Una vez aprendida esta lección, llegó el momento de despedirse de todas las lecciones adquiridas hasta entonces para ser olvidarlas tal vez o simplemente cederlas al universo mismo. Vio que las personas que lo miraban por primera vez, como él a ellos, derramaban amor por sus ojos. Que tal vez hayan sido los mismos ojos que alguna vez hayan mirado amores lejanos; que fueran los mismos ojos que hayan mirado amores no correspondidos; que fueran los mismos ojos que en otra ocasión también se hayan abierto y se le hayan dilatado las pupilas intentando reconocer otras formas, otras sombras, otras luces mágicas, otros destellos, otras curiosidades, otras lecciones que también hayan sido aprendías y que nuevamente hayan sido olvidadas.
Rompió en llanto nuevamente pero esta
vez ya no recordó más nada. Abrió sus ojos grises y comenzó a aprender.
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