domingo, 5 de agosto de 2018

Estatua

Aquel año había sido muy duro para mi economía doméstica. En ocho meses me había mudado de departamento en tres ocasiones por el elevado el importe de los alquileres; y de un departamento muy cómodo cercano a la zona céntrica, tuve que mudarme a un barrio más alejado de casas bajas, se notaba a la vista que muchos de los vecinos habían modificado sus viejas “casas chorizo” en un inmueble de muchos mono ambientes. La línea “D” del tren tenía su estación en la entrada del barrio y de ahí, debía caminar unas ocho cuadras para llegar al nuevo departamento.

Era un lugar tranquilo. La mayoría de los alquileres estaban destinados a estudiantes universitarios, pues este barrio se encontraba cercano a la ciudad universitaria y también era uno de los más económicos en precios de alquiler. Había bares oscuros por todos lados; lugares propicios para espíritus nocturnos o sonámbulos y para almas bohemias que buscaban un refugio en la oscuridad.

Me había graduado hace pocos meses en una Licenciatura en Matemáticas, sin embargo a pesar de que lo mío siempre fueron los números, mi materia pendiente era relacionarme con los demás. Hasta mi gata Carmela se escapaba cuando nuestra convivencia se torna insoportable; luego de un par de horas, a veces días, volvía a lo cotidiano de soportarme.

Una noche mis ex compañeros de estudio decidieron “sacarme” de mi refugio. Ellos mucho más habidos que yo en cuestión de las salidas, me llevaron a un bar cercano a la estación del barrio. En realidad, la condición para que pueda abandonar mi estado de confort en el sillón de mi casa con mis libros era que no tenga que tomarme ningún tren, sino que ellos vinieran para mi zona. Con los muchachos brindábamos por temas pendientes: mi reciente logro facultativo; por la mudanza; por los amoríos de ellos; porque a Cristian y a Luis le quedaba muy poco también para recibirse; por el nuevo trabajo de uno; por la beca conseguida de mi parte para avanzar con una investigación de doctorado. Ya entrada la madrugada y la cantidad de “copas”, brindábamos hasta por los autos que pasaban por la calle, por suerte no era una calle muy transitada sino nuestro estado habría sido más deplorable. Recordamos también a otros compañeros que habían quedado en el camino; criticamos duramente también a los amores que nos abandonaron y que actualmente son el amor de otra persona, creyéndonos ser mejores partidos ahora, envalentonados por la bebida, claro.

Cerca de las cuatro de la madrugada, comencé a desconocerme y a desconocer a mis compañeros de bebidas; con mis reflejos bastante disminuidos me levanté, saque unos billetes del bolsillo y los tiré sobre la mesa y me fui del bar. La inercia y el peso de mi cuerpo me iban llevando con andar lento y tambaleantemente hacia mi departamento. Casi como persiguiendo a mi propia sombra reflejada por la luz de la luna caminaba barrio adentro. Con la certeza de conocer el camino de regreso, sin explicación alguna, giré en una esquina cambiando de rumbo. Miraba para todos lados para volver a orientarme y seguía girando sin sentido, mirando hacia atrás y hacia los costados. De repente, en una de esas veces que me di vuelta, vi a una mujer arrodillada prácticamente desnuda en el jardín de una casa.

Ella me miraba absorta envuelta solo en su piel iluminada de plata y blanco; atontado por mi mareo atiné solo a quedarme parado contemplando toda la belleza que se presentaba frente mío, sin entender absolutamente nada. Con la boca seca y mi lengua pegándose al paladar, logré preguntarle si se encontraba bien; ella asentó con la cabeza. Al instante y prácticamente si pensar, le pregunté si sabía dónde quedaba mi casa. Sin apuro, ella levanto su brazo y señalo al sur, por la misma acera por la que venía caminando; no dijo palabra alguna; se quedó en silencio en el mismo lugar arrodillada en medio del jardín de su casa, bañándose de luna con suma tranquilidad; parecía sentirse segura estando detrás la reja que nos separaba. No recuerdo más de aquella noche, solo que amanecí en el sillón de mi departamento con Carmela parada en mi pecho pidiéndome que le diera de comer; era domingo al mediodía y tenía solo comida para mi gata. Días después, fueron apareciendo de a poco algunos destellos de memoria de lo ocurrido aquella madrugada, pero una sola imagen se había quedado congelada en mi cabeza: la mujer desnuda arrodillada en el jardín de una casa.

No parecía una mujer convencional. Bah! Quiero creer que no lo era, pues, nunca había visto a otra mujer desnuda en el jardín de una casa. Me había cautivado su mirada, la postura firme de su cuerpo, su espalada siempre erguida y rígida, eran detalles inusuales, no recuerdo haberlos visto en otras mujeres. Me había sorprendido su extrema naturalidad ante mi presencia. Vi, también, delicadeza en aquella mujer; vi timidez muy a pesar de su desnudez. Vi, por primera vez, a alguien que de verdad me miraba; sentí también por primera vez en mucho tiempo que no era una mirada despectiva hacia mí, sino una mirada con ternura. Vi sencillez en esa mujer. Vi belleza personificada; vi naturalmente la belleza de aquella mujer arrodillada frente mío; vi la naturalidad de su desnudez. Sentía un deseo que quería salir de mi interior. Vi con deseo la belleza que tenía esa mujer. Todo lo pude contemplar después, no en aquella madrugada; solo pude verlo cuando tomé conciencia de que en mi persona también hay deseo y sentimientos, no solamente libros y números, muy a pesar de que creía que, últimamente, ellos me estaban consumiendo.

Esta toma de conciencia me permitió continuar pensando; en principio creía que todas esas características que había podido contemplar de aquella mujer, era una referencialidad hacía mi propia persona, me quería convencer de que en realidad no había visto a esa mujer desnuda, sino que mi cabeza hacía alguna referencia a mi mismo sobre las características que iba encontrando de esa mujer. Las dudas empezaron a explotar como si fuera lava de un volcán: tal vez necesitaba toparme con esa mujer para poder ver que en mi interior también hay una persona desnuda; o tal vez necesitaba darme cuenta que mi atención no debía estar tan abocada solamente a los números; o tal vez que a mi vida le hacía falta una compañía más humana.

Continuaba meditando en los viajes en tren de vuelta a casa o cuando caminaba las cuadras de la estación hasta mi departamento. Ponía música en mis oídos y pensaba que, transcurrido tiempo de vivir solo recién comenzaba a descubrirme a mí mismo. Cada vez me abstraía más y más en mis pensamientos. Perecía como que me ausentaba del mundo sentado en mi butaca del tren. Una tarde, me había dado cuenta que la formación comenzaba su recorrido nuevamente saliendo de la estación donde debía bajarme. Me levante a las apuradas aprovechando que su velocidad todavía era reducida. Con mi mochila a medio cerrar en una mano y mi abrigo en la otra, salté del vagón aterrizando casi al finalizar el andén y quedando alejado del acceso principal, salí de la estación por un costado, cosa que me obligó a cambiar mi ruta diaria.

A medida que iba entrando hacía el barrio en mi caminata, me detuve un instante en una esquina para guardar mi abrigo en mi mochila cuando vi (mirando sin querer mirar) una silueta arrodillada en un jardín. Al enfocar la mirada me asusté de tal manera que trastabillé sobre mis pasos dando pequeños saltos hacia atrás, sin hacer pie caí sentado en la vereda. Cuando me levanté, vi la mujer desnuda de la otra noche, pero no era tal cuál la misma mujer; precisamente no era una mujer sino una estatua con forma de mujer completamente desnuda arrodillada en el jardín de una casa. Parado de frente a la estatua, y contemplándola una y otra vez y en diferentes ángulos pude reconocer sus facciones con las de aquella madrugada: era ella! De golpe, sentí una suerte de abrumadora decepción de mí mismo al creer que esa figura de piedra pudo haber sido real la otra noche.

Ya en casa, me mofaba de mí mismo y de la borrachera que me había levantado aquella noche y de mi imaginación al creer que esa estatua estuviera viva y se habría comunicado conmigo. Más tarde, me hundía en la bronca porque concluía que efectivamente mi interrelación con los demás era tan deficiente que llegaba a la necesidad de imaginarme que me comunicaba con una estatua de piedra; en caso de intentar dialogar con cualquier otra persona, o más precisamente con una mujer de carne y hueso, habría fracasado rotundamente. Y para finalizar, nuevamente me sentía decepcionado de mí y de mi realidad solitaria; de tener la compañía de una mascota que también poco me tolera; que hasta a mi mismo me cuesta mirarme al espejo y cargar diariamente con mi propio peso. Decepción de haberme creído correspondido, aunque sea mínimamente por un instante por una preciosa mujer, que lamentablemente resultó ser una estatua. Concluía que todo esto me llevaría a una esquizofrénica soledad.

A partir del descubrimiento de la estatua, decidí cambiar la ruta de vuelta a casa; me desviaría unas cuadras para poder ver a esa estatua. Mi andar se hizo regular por aquella vereda. Quería conocer a los dueños de esa casa; quería conocer más detalles de esta estatua. Me preguntaba quién la había esculpido, cómo había llegado hasta allí, en quién se habían inspirado, y en otras locuras. Pero no se percibía movimiento en el interior del domicilio. En ocasiones me quedaba sentado en el umbral de la verja para merendar en compañía de semejante piedra y no me sentía tan solo; algunos vecinos pasaban y me miraban despectivamente, como si estuviera loco. Mirada a la que estaba acostumbrado, claro; y me iba convenciendo de ello también, que mi locura iba en crecimiento.

Escuchaba voces y risas algo burlonas de adolecentes que pasaban por la vereda. Aparentemente, me había quedado dormido en la vereda del jardín de la estatua, sin embargo tenía algo nublada mi vista y no distinguía bien. Tenía la percepción de estar en otro lado pero en el mismo lugar, como si la perspectiva hubiera cambiado. No podía moverme, pero veía que una sombra frente mío se levantara y me quisiera hablar con las manos. Ya era de noche, una brisa corría suave y la luna en lo más alto de la oscuridad, alumbraba la vereda. Quise levantarme pero no podía, estaba arrodillado en el jardín de la casa. La sombra que no podía distinguir me decía “gracias por escucharme, siempre lo haces, eres muy lindo para ser una estatua de piedra“.


Comprendí al fin el por qué la dureza de mi persona y la fantástica imaginación que tenía; comprendí por qué la gata no era mi mascota, sino que ella solía visitarme en mi jardín; que las copas no las tomaba yo, sino los jóvenes que por mi vereda pasaban; comprendí que la mujer desnuda no era la estatua, sino mi referencia a lo que sería yo en carne y hueso. Finalmente comprendí que la estatua siempre había sido yo y que en el afán de escaparme de mi destino de piedra, imaginaba otra realidad, donde los números eran lo mío.

05/08/2018

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