domingo, 2 de septiembre de 2018

Dos lunares



“(…) si no puedes recordar algo, es como si no hubiera pasado. De la misma manera, no puedes recordar algo que nunca pasó. Esfuérzate demasiado en recordar y tu memoria te puede mentir”. De Alicia en el país de las maravillas.

Para mí, no hay diferencias entre un día laborable o de descanso, en mi mente es habitual que todos los días sean iguales. No es que la rutina o lo cotidiano le hayan ganado a mi actualidad, sino que, últimamente, solo dejo que los días corran como el agua cuando la canilla se encuentra abierta. Me siento tan vacio que ni el mundo se fija en mí. Pienso recurrentemente que el destino de los hombres es el de olvidar, o el mío en particular al menos. Por eso, creo que el ser humano es limitado; finito en cuestión de tiempo. Por eso es que cada cual hace lo que esté a su alcance para generar lazos fraternos con otros, para lograr no ser olvidados, al menos por un instante pequeño de tiempo. Por eso, creo que a mí ya me han olvidado, o por lo menos yo no recuerdo a alguien por quién recordar, o por quién ocuparse en el tiempo que me queda.

Mis días son iguales, tal vez sean los últimos o quizás sean los primeros no lo recuerdo en verdad. Me levanto y desayuno; saludo a mis compañeros de asilo quienes generalmente no recuerdo. Camino por el jardín interno del edificio o me llevan a caminar, cosa que tampoco recuerdo a diario; sé que estoy acostumbrado a hacerlo porque me duelen los pies y porque veo mi calzado pintado con tierra colorada, la misma tierra del jardín. Duermo siesta y me vuelvo a levantar, o me levantan; me dicen que tengo alguna que otra visita, pero habitualmente no recuerdo quién es o quiénes son. Al finalizar el día, me siento o me sientan a ver televisión; ver es un decir porque suelo mirar sin ver, suelo sentarme con mis compañeros en la sala donde se encuentra el televisor porque no tengo otra cosa que hacer.

Quién soy importa poco; qué hacía, mucho menos. Pero hay algo que es recurrente en mis pensamientos, bah! es el único pensamiento que tengo y se me repite en un continuo presente. Inclusive en los sueños me visita la misma imagen: una joven mujer que se me presenta de frente, nunca le puedo ver el rostro, y si lo hice alguna vez no logro recordarlo; no así una peculiaridad de su persona, tal vez una imperfección tan delicada y sencilla que la hace única y perfecta a la vez, la mujer tiene dos lunares, uno en la base del cuello y otro al iniciar su pecho, separados solo apenas por unos escasos milímetros. No tengo otra imagen; no poseo recuerdo alguno y por más que lo intente no puedo recordar a quién pertenecen estos dos lunares. Creo que son reales, o al menos quiero creer que alguna vez lo fueron; que pertenecieron a alguien, que tal vez haya amado a la mujer dueña de esa imperfecta delicadeza; quizás hasta haya besado con todo mi amor esos tatuajes naturales que ahora me desvelan. Tal vez no es mi tormento una locura, me quiero convencer, sino que hubiesen sido reales en algún momento de mi vida; lamentablemente no puedo recordar, a la vez, no me atrevo a preguntar a mis cuidadores por temor a que olvide la respuesta. “Quisiera recordar más para evitar olvidar esos dos lunares”, me repito en algún momento del día.

También tengo miedo a haberme olvidado cómo era en realidad, por lo que si me mirará en algún espejo, no sé si lograría reconocer al otro que se me aparece como espectro que devuelve la forma. Por tal motivo, hace algún tiempo, aunque no puedo precisar cuándo, he decidido quitar los espejos de mi cuarto, o al menos lo he solicitado y cual pedido de un rey, así se ha concretado.

Escribo a diario mis quehaceres como una tarea predeterminada, dicen que es buen ejercicio para el cerebro y mi memoria. Sin embargo, no sé quién ha escrito las paginas anteriores, pues cada hoja enumerada y fechada, tienen patrones de tipografía similares pero no llegan a ser las mismas, o no tengo la capacidad de precisar si son las mías. Capaz, el cuaderno ha sido de otro y simplemente me ha tocado completar, por ende, la tarea de anterior. Simplemente, y como es mi tragedia diaria, no lo recuerdo.

Una tarde, alguien me consultó sobre una tarea que, según esta persona, yo la había escrito días atrás. Era una leyenda que decía: “esos dos lunares me atormentan, no porque me persigan sino porque yo soy el que los quiere seguir…”. Mi respuesta automática fue que no lo recordaba, obviamente. Luego, esta persona me insistió que hiciera memoria, que realizara un esfuerzo. Sentía como si viviera un dejavu al repetir la historia de los dos lunares: “sucede que no logro recordar su rostro. La verdad, sucede que a esta altura tampoco sé a ciencia cierta si esos lunares, que es lo único que mi memoria recapitula a diario, son o fueron reales. Quiero perseguirlos para escapar a la suerte de este tiempo. Suerte que no me permite recordar nada. Quiero creer, me convenzo de ello a diario. Creo, que es el único motivo por el cual aún no he partido de este mundo, porque pienso que esos lunares son de una mujer, la cual, ya no está en mi vida. A veces siento que esta mujer me está buscando y yo la quiero encontrar; aunque no sepa si aún existe, o si alguna vez existió”.

La persona que tenía en frente era una mujer, que tenía (o tiene) la misma edad que yo creía tener. Una vez que respondí a su pregunta, comenzó a desabotonarse su camisa blanca, dejándola abierta como si fuera un escote en forma de “V”, dejando al descubierto el centro de su pecho. Luego giró su cabeza mirando hacia su costado derecho, que casualmente daba hacia las ventanas al jardín; estiró su cuello y dejó evidenciar dos lunares, uno en la base del cuello y el otro, apenas separado, ya sobre el inicio del pecho. De pronto mi único recuerdo se condice con mi realidad y la imagen por fin tiene rostro. Un rostro, ahora, de mujer madura atormentada por el olvido perpetuo de quién tiene en frente. Un rostro que tal vez haya conocido en otra época, en años más juveniles. Un rostro que no reconocí (y que sigo sin reconocer) pero que su mirada me devuelve pestañas mojadas y reconocimiento de amor.


Mi asombro duró solo un instante tan corto que no lo puedo recordar. Cuando quise guardar esta experiencia en mi trastocada memoria, ya no sabía a quién tenía en frente. Solo sabía, y aún sé, que mi memoria repite una y otra vez la misma y única imagen: dos lunares apenas separados, uno en la base del cuello y el otro apenas empezando el pecho de una mujer; los cuales me persiguen tanto que hasta logro soñarlos.

01/09/2018




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